25 junio 2025

MENSAJE | SACRO COLEGIO CARDENALICIO

MENSAJE DEL COLEGIO CARDENALICIO A LOS EMINENTISIMOS Y REVERENDISIMOS NUEVOS SEÑORES CARDENALES


MONSEÑOR ULISES, CARDENAL PREVOST
POR GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE
DECANO DEL SACRO COLEGIO CARDENALICIO

A Sus Eminencias Reverendísimas: Mons. Uriel García, Mons. Nahim Ruiz, Mons. Pablo Kynast y Mons. Mariano Villareal.

Elevamos nuestras palabras, con voz unánime y corazón abierto, en nombre del Colegio Cardenalicio, para dirigirles esta expresión fraterna de cercanía, felicitación y comunión en el Señor.

Con la proclamación del Santo Padre Pablo, la Iglesia ha reconocido en ustedes no solamente la dignidad de una vida entregada en fidelidad, sino también la disponibilidad de sus corazones para abrazar una nueva misión: ser cooperadores cercanos del Sucesor de Pedro, consejeros del Romano Pontífice, testigos de la fe hasta la sangre, si fuera necesario, y servidores de la unidad de la Iglesia universal.

“El Colegio de los Cardenales, presidido por el Romano Pontífice, manifiesta el vínculo profundo entre la Iglesia de Roma y las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo” (cf. Praed. Ev., Proemio). Ustedes, queridos hermanos, han sido incorporados a este Colegio, no como una distinción honorífica, sino como expresión de una vocación aún más radical: la de configurarse con Cristo siervo, Cristo crucificado, Cristo resucitado.

La púrpura que vestirán, símbolo de la disposición al martirio y del testimonio sin condiciones, no es solo un ornamento, sino un llamado. Como nos recuerda el Evangelio, el Señor no llama a los suyos al poder, sino al servicio: «El que quiera ser el primero entre ustedes, que sea su servidor» (Mt 20,27). En palabras de San Agustín: "No os gloriéis de estar por encima del pueblo, sino temed el estar puestos sobre el pueblo, si no sois un ejemplo para el pueblo" (cf. Sermo 340,1).

Queremos, pues, exhortarlos con la autoridad del ministerio que nos ha sido confiado, a vivir esta nueva etapa de su vocación con humildad, con vigilancia, con fidelidad y con amor sincero a la Iglesia, nuestra Madre. Que no olviden nunca que el primer deber del cardenal no es el de vestir el rojo, sino el de llevar el Evangelio hasta las periferias del corazón humano.

La Iglesia de hoy, y en particular la Iglesia de mañana, necesita pastores con el olor de las ovejas (cf. Papa Francisco, Homilía Misa Crismal, 28 marzo 2013), hombres que caminen delante, en medio y detrás del rebaño. Que no se deslicen por las sendas del clericalismo altanero, de la rigidez estéril, ni de la auto-referencialidad. El Papa Pablo ha advertido con claridad acerca de la tentación de construir comunidades cerradas, autosuficientes, incapaces de acoger, de escuchar y de reconocer a Cristo en los últimos. Eviten, como él lo ha dicho, caer en la trampa de formar una "comunidad ferrazeña": impermeable al Espíritu, aferrada a sus formas, vacía de compasión.

La púrpura cardenalicia, decimos nuevamente, es sangre: no la de ustedes, sino la de Cristo. Es testimonio: no de su poder, sino de su amor. Es renuncia: no de sus deberes, sino de todo aquello que pueda impedir que Cristo crezca en ustedes. “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30), decía el Bautista, cuyo ejemplo ha de ser luz constante en su ministerio.

Que nunca les seduzca la imagen del fariseo, seguro de sí mismo, experto en liturgias pero pobre en misericordia. “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de robo y desenfreno” (Mt 23,25). No sean como aquellos que buscan los primeros asientos, sino como aquellos que “hacen todo por amor, nada por la fuerza” (San Francisco de Sales).

Sed, en cambio, reflejos de Cristo Pastor: humildes, cercanos, orantes, entregados, disponibles. Recuerden, como enseñó San Carlos Borromeo, que “la grandeza del pastor se mide no por el número de los que lo siguen, sino por la fidelidad con la que él sigue al Crucificado”.

Hoy más que nunca, nuestra Iglesia necesita testigos, no burócratas; discípulos, no cortesanos; hombres del Espíritu, no del protocolo. Sed, pues, custodios de la fe, promotores de la unidad, amantes de la sinodalidad, hombres de oración y de discernimiento constante. Que sus palabras edifiquen, que sus silencios edifiquen más aún, y que sus decisiones estén siempre inspiradas en el Primero y el Último, Cristo Señor.

Por ello, les exhortamos a custodiar siempre tres virtudes fundamentales:

La fidelidad, para no desfallecer en medio de las dificultades, conscientes de que “el que persevera hasta el final, ese se salvará” (Mt 24,13).

La humildad, para hacerse pequeños ante Dios y ante los hermanos, sabiendo que “Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (1 Pe 5,5).

La caridad, para vivir y actuar con amor pastoral, “haciendo la verdad en la caridad” (Ef 4,15).

Los encomendamos a la intercesión de la Santísima Virgen María, modelo perfecto de obediencia, fe y discreción; a los santos cardenales que en la historia han edificado a la Iglesia con su sabiduría, su sangre o su santidad; y al Espíritu Santo, alma de la Iglesia, sin el cual nada es fecundo, nada es verdadero, nada es santo.

Finalmente, les abrazamos con fraternidad, les confiamos nuestras oraciones y les decimos con afecto:

¡No tengan miedo! Cristo va delante. Él es el Camino. Él es la fuerza. Él es el centro. ¡Él es el todo!

En nombre del Colegio Cardenalicio,

 Card. U. Prevost
Decano del Colegio de Cardenales

Et nos,

 Mons. Jesús, Card. Ortíz
Vicedecano del Colegio de Cardenales

 Mons. Nicolás, Card. Quintero
Secretario del Colegio de Cardenales

Dado en Roma, a los veinticino 
dias del mes de junio del Año Santo 
de la Esperanza dos mil veinticinco.