25 junio 2025

Audiencia General - Papa Pablo

 


PAPA PABLO

AUDIENCIA GENERAL

Sala Regia
Miércoles, 25 de junio de 2025

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Segunda Catequesis sobre la Unidad. 

Muy buenas tardes mis amados hermanos, hermanas, aquellos que nos escuchan a travez de los medios digitales. Les saludo con un corazón fraterno y les invito a ponerse cómodos.

Queridos hermanos, hoy continuamos con las catequesis en torno a la unidad y no puedo dejar de contemplar cada una de las diferentes verdades de nuestra fe, todas hermosas y a la misma vez desafiantes: que, inicialmente, la unidad de la iglesia no es una uniformidad, sino, una diversidad armoniosa, una diversidad que, por llamarla así, es tejida con los hilos únicos que el Santo Espíritu ha derramado sobre cada uno de nosotros. En breves palabras quiero expresar que no existe una unidad auténtica sin el reconocimiento, la valoración y la integración amorosa de todo lo diverso.

Cuando la Iglesia comenzaba, en aquellos primeros tiempos, el apóstol Pablo les hablaba a los corintios acerca de la existencia de los dones, dones que nacen de un solo Espíritu, inclusive de la diversidad de ministerios pero la existencia de un mismo señor que obra en todo (cf. 1 Co 12,4-6). Ese mismo capítulo nos presenta a la imagen de un cuerpo, un cuerpo que tiene muchos miembros, cada miembro cumple una función distinta y ningún miembro es prescindible. Todo lo anterior porque, suponiendo que el ojo hablara y dijera: "no soy mano, entonces no pertenezco al cuerpo", o si la cabeza hablara y dijera "no necesito del pie", si lo anterior sucediera, obtendríamos un cuerpo desfigurado, lo mismo sucede en la comunidad y en la Iglesia.

Probablemente no lo hemos descubierto aún o tal vez no lo valoramos, tal vez no se nota tanto como se nota en otros, pero, quiero decirles que nadie ha sido creado por error, nadie ha sido olvidado, nadie ha sido excluido del plan amoroso que Dios nos tiene. Cada uno de ustedes, asi sea el mas silencioso o el más visible, cada uno de ustedes ha sido pensado, amado y equipado con un don único, una misión con una vocación irrepetible. La unidad que nosotros buscamos no será real hasta que cada uno aprenda a ver y a amar esa diversidad, no verla como un obstáculo, sino, como una riqueza.

Muchos, desde una temprana edad descubren que son llamados; Otros, lo van intuyendo con el pasar del tiempo; Inclusive, hay algunos que aunque pasan los años, pasan los años en búsqueda, con incertidumbre, silencios. Todos estos escenarios están bien, ¿por qué?, por el simple hecho de que Dios no se mide con el reloj que puedes traer en tu mano o que está colgado en tu pared. Dios trabaja en el tiempo de la eternidad, es el mismo tiempo de amor. Los descubrimientos acerca de este llamado no son una carrera, no son una competencia, son un Camino personal, un camino delicado y que aveces se vuelve lento, pero, es también un camino bajo la mirada del Padre celestial. Hay ocasiones en las que sentimos que no sabemos el porqué estamos donde estamos, hay otras en las que pensamos en qué sentido tiene lo que hacemos y lo único que tenemos como certeza es que Dios si lo sabe, que Dios no improvisa y que no deja a nadie sin rumbo.

¿Y saben qué es lo más hermoso?, lo más hermoso es que ese don personal que tienes tú, que tiene él, que tengo yo, es que no es solo para nosotros, no es Algo que se guarda como un trofeo en la vitrina de la escuela, ese don que tenemos se nos ha dado para darlo a los demás. Ahí está, ahí se encuentra el corazón de la unidad en la diversidad: cada uno de nosotros recibe un don que no es para sí, sino para el bien de todos. Un ejemplo, el músico toca para animar el alma de otro; El que sirve ocultamente sostiene la estructura invisible. En resumen, el que anima, el que enseña, el que consuela, el que escucha, el que reza, todos, todos y cada uno contribuyen a la común obra de la construcción del Reino. La unidad solo se realiza cuando nosotros dejamos de mirarnos a nosotros mismos como "fines" y empezamos a vivir como parte de un cuerpo más grande que nosotros.

Es cierto, hay momentos en que nos llega la frustración porque queremos tener el don de otro hermano, porque admiramos la voz del que canta bonito, la sabiduría del maestro que nos enseña, la paz de nuestro guía o la valentía que demuestra nuestro hermano que evangeliza y nos olvidamos que Dios no nos dió lo mismo a todos, ¿por qué?, porque Dios no quiere clones, Dios quiere hijos únicos. El amor de Dios no es mayor para unos y menor para otros, para Dios no hay favoritos, el amor de Dios es incondicional. Dios nos ama no por lo que hacemos, sino por lo que somos...sus hijos, desde ese amor nos da todo lo que necesitamos a pesar de que no lo entendamos de inmediato o aunque a veces nos duela.

Mis amados hermanos, algo que yo les exhorto a recordar siempre es que el último fin de todo don, cualquiera que sea, de todo tipo de vocación, no es tener éxito o la productividad que lleve, ni siquiera es obtener el reconocimiento de los dempas. El fin único de todo lo mencionado es uno...la santidad. Nuestro señor no nos ha puesto en esta vida para ganar fama, para obtener logros, nuestro señor nos ha puesto aquí para ser santos, santos con nuestras propias limitaciones, santos con las luchas internas y externas que enfrentamos, santos con nuestras propias diferencias, y es en ese camino hacia la santidad donde nos damos cuenta que todos necesitamos de todos, todos debemos de ayudarnos mutuamente y todos somos instrumentos del Espíritu Santo si nos dejamos moldear por él. 

Es por esto que cuando hablamos hablamos acerca de la unidad, no hablamos de una homogeneidad, no hablamos de querer ser todos iguales, de hacer lo mismo o pensar igual. La verdadera unidad es construida cuando aprendemos a convivir con las diferencias de otros, cuando comprendemos el ritmo de nuestro hermano y cuando aprendemos a valorar incluso aquellas cosas o situaciones que no comprendemos del todo, porque la diversidad, cuando es animada por el amor, no divide, sino que enriquece. La diversidad se convierte en algo bellísimo cuando la vivimos en plena caridad y la convertimos en comunión.

Lo anterior es algo que nos toca profundamente como comunidad peregrina en Minecraft, porque en todas las comunidades cristianas existen diversidades de origen, de historias, talentos, temperamentos o visiones, algunos más visibles que otros, algunos mas fuertes y otros muy frágiles, algunos llegan a ser firmes en la fe y otros aún son buscados, sin embargo, a pesar de la diversidad, todos formamos parte, todos tenemos un lugar y todos somos necesarios. Lo que nos llega a desarmar no es la diferencia, es el egoísmo, lo que nos divide no es la variedad, sino, la soberbia. Por esto, cuando clamamos por unidad estamos clamando por un nuevo modo de poder vivir en comunidad, con más compasión, más abiertos, pacientes y firmes en el evangelio. 

Ahora, desde el pleno reconocimiento sobre la diversidad de los dones paso ahora a contemplar algo que está en el corazón mismo de lo que es el misterio de la Iglesia: "La riqueza de todos los carismas".

Es una maravilla, una verdadera maravilla admirable el modo en que DIos ha querido embellecer a su Iglesia, no de una sola forma o de una única expresión, sino con la variedad luminosa de carismas, ministerios y vocaciones. Todos los carismas asemejan a a una pincelada que el Espíritu Santo ha trazado sobre el lienzo de la historia de la Iglesia y cuando nos detenemos a contemplar esa obra lo que aparece no es en desorden, lo que aparece es armonía y no crea confusión sino que crea belleza, no crea caos sino un reflejo del mismo Dios que es a la vez trinidad: unidad en la comunión de personas distintas.

Dios ha querido que la verdadera unidad de todo su pueblo se construya precisamente sobre esta diversidad, misma diversidad que no se opone a la comunión sino que la vuelve su fundamento, porque no existe una unidad auténtica que no pase por la apreciación de las diferencias, no una tolerancia simple, sino una valoración profunda de lo que el otro aporta. Recuerden que no todos los miembros del cuerpo de Cristo tienen los mismos sentimientos, no todos piensan igual, rezan igual ni sirven igual, pero todos forman parte del mismo cuerpo y cada carisma que ha surgido a lo largo de la historia — así sean los más antiguos o los más recientes, los pequeños o grandes gestos de gracia— son signos del amor que Dios nos sigue mostrando, que nos sigue susurrando y nos sigue poniendo como meta a la santidad.

Es claro que muchas veces estas diferencias nos sobrepasan, hay ocasiones en que no sabemos como integrarlas, cómo convivir con ellas, porque donde hay carismas hay fuego y el fuego, cuando lo dejamos descuidado puede quemarnos en vez de iluminarnos, por eso es que la Iglesia se ve guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia ha a llegado al discernimiento, al acompañamiento y con esto ordena los carismas, mismos que sirven para la unidad y no se convierten en fuente de división. No podemos negar que muchas veces, aquello que logra desestabilizarnos no es el mal en sí, sino el bien distinto del nuestro. Es verdad que existen momentos en los que nos cuesta aceptar que otros vivan su fe de una manera diferente, nos cuesta aceptar que otros sirvan desde una sensibilidad que no es la nuestra o que otros entiendan la misión desde otras perspectivas, sin embargo, cuando abrimos el corazón descubrimos que todos los carismas nos revelan algo del rostro de Cristo que probablemente no habríamos de descubrir por nuestra propia cuenta.

Los carismas no deben ser vistos como privilegios, sino como un servicio, por tanto, no hay carisma más grande que otro, no existe un carisma que lo diga todo, tampoco existe un carisma que baste por sí solo. El Espíritu Santo distribuye los dones como es su voluntad, no lo hace para generar competencia, sino para lograr comunión. En una comunidad viva nos damos cuenta que los carismas no compiten, los carismas dialogan y es en esa apertura donde se purifican, se enriquecen y se transfiguran,

La tentación que puede llegar a existir de absolutizar nuestro carisma, nuestra tradición es una tentación muy humana que al final de cuentas es una tentación porque cuando dejamos de ver lo que nuestro hermano tiene como don y lo empezamos a ver como una amenaza, entonces es ahí donde el veneno de la división empieza a infiltrarse y la semilla de vida se convierte en juicio, por eso, el cultivar la unidad nos exige una continua conversión del corazón. Debemos aceptar que el Espíritu actúa más allá de nuestros límites y que nos necesita en unidad, no en soledad y si existe una expresión más clara del amor incondicional de Dios es la siguiente: que confía en nosotros al darnos un carisma, aún sabiendo que nosotros somos seres frágiles y limitados, propensos al error y aún así, él sigue apostando por nosotros, nos sigue dando dones, nos sigue llamando a cooperar con su obra y no nos pide perfección, nos pide docilidad, que pongamos lo nuestro, aunque sea poco o pequeño, que lo pongamos en sus manos

La verdadera riqueza de los carismas también implica que nos necesitamos, que nadie lo tiene todo y por tanto la Iglesia se vuelve un lugar donde uno sostiene al otro. Es como un coro que tiene muchas voces: si todos cantaran lo mismo, en el mismo tono, entonces no habría música. La verdadera belleza está en la polifonía. Por eso cuando vemos en nuestra comunidad la variedad de acentos, formas de expresión, servicios, sensibilidades les hago un llamado a no tener miedo, no lo vean como una amenaza, al contrario, veanlo como una señal de que Dios actúa dentro de nosotros. Una comunidad viva es una comunidad diversa y una comunidad diversa solo puede sostenerse si vive unida en el amor, en la escucha, en la paciencia, la humildad y sobre todo en la fe.

Después de haber reflexionado sobre las diferencias, los carismas y la riqueza inmensa que el Espíritu Santo ha derramado en la comunidad es momento de abrir el corazón. Me gustaría hablarles desde lo más íntimo de mi experiencia, del camino recorrido y de las lágrimas, alegrías, silencios dolorosos y palabras que se convertían en un "curita".

Muchos de ustedes o la mayoría me han visto crecer, me han visto caminar por muchos ámbitos de nuestra comunidad, me han visto a veces sin saber que decir pero siempre con la certeza de que era Dios quien me sostenía. De la misma manera yo los he visto a ustedes, he aprendido con ustedes, he aprendido de su fe, su constancia, su alegría incluso en medio de las luchas. Todos juntos hemos logrado construir algo que va más allá de nuestras propias fuerzas, una comunidad viva que no le da miedo el mostrarse frágil porque sabe que en el medio de esa fragilidad, Dios actúa con un poder aún mayor.

Ese día, el día del cónclave, al inicio yo iba confiado en que algún otro hermano saldría elegido, sin embargo cuando cuando llegó la sorpresa de que la balanza caía sobre mí y no sobre mi hermano que incluso había recibido más votos en el primer escrutinio, no les niego, en ese momento sentí miedo, sentí miedo pero no por el peso que conllevase el ministerio —ministerio que verdaderamente es grande y aveces pesado—, sentí miedo por el recuerdo de ustedes, todos ustedes vinieron a mi mente con las palabras que me repitieron muchos antes de mi entrada al cónclave, aquellas frases que decían: “No se olvide de nosotros”, “Siga visitándonos”, “No deje de escuchar nuestras voces humildes” etc y entonces, en ese momento en el que me invadía una nostalgia dulce de quien se siente querido, vino a mí una frase que todavía resuena en mi corazón: "Eminencia, no permita que nos ataquen por ser diferentes", yo me detuve y pregunté: "¿Cuál diferencia?" y me respondió: "Diferentes en todo. En nuestra liturgia, en nuestro modo de hablar, en nuestras canciones, en nuestras heridas, en nuestros sueños, en nuestras formas de expresar la fe, en nuestros miedos.”

Mis amados hijos e hijas, yo quiero decirles esto con toda la fuerza que me permite el Espíritu Santo y con todo el amor que nace de mi ministerio: ¡Todos somos diferentes, y todos somos parte del Cuerpo de Cristo!, ¡sí!, diferentes... pero hermanos Al final del día. Somos diversos pero llamados, aveces incomprendidos pero siempre nos sentimos amados por Dios, no somos mejores ni peores, simplemente somos llamados a vivir la santidad desde nuestras circunstancias, desde nuestras historias personales y desde aquellas heridas que fueron sanadas por la gracia.

El amor de Dios es un amor completo, un amor que no nos abandona y que no se cansa de perdonar, un amor que se hace pequeño y se arrodilla a la altura de nuestra propia miseria para ayudarnos a levantarnos con delicadeza, Dios no desprecia al que tropieza, él no se escandaliza por nuestras dudas...un Dios, que, antes que nosotros lo busquemos, él, él nos espera antes de nuestra llegada, nos abraza antes que le pidamos perdón.

Hace poco escuché a un hermano cardenal muy querido decir: “Dios ama al pecador pero aborrece el pecado.” Y es cierto, Dios no ama nuestra divisiones, él no ama cuando nosotros despreciamos, no ama cuando murmuramos o excluimos, sin embargo, él nos ama a nosotros, Dios nos sigue llamando incluso cuando caemos, y si nosotros, en medio de nuestras diferencias le somos fieles a Cristo, vivimos nuestra fe con humildad, frecuentamos la Eucaristía con devoción y buscamos la santidad, entonces no tenemos porqué temer ser diferentes. Es más, cuando nuestras diferencias son santamente vividas pueden convertirse en una fuente de unidad, porque cuando uno se acepta tal y como es y acepta al otro tal y como es, sin pretender juzgarlo, entonces es ahí donde se edifica un verdadero pueblo santo, una comunidad "plural" pero unida profundamente.

A cada uno de nosotros se nos ha confiado la misión de edificar el reino de Dios y claro que no todos tenemos la misma misión porque el reino de Dios es infinitamente más grande que nuestras ideas y que nuestros planes, por eso no tengan miedo al fracaso, no tengan miedo a ser rechazados, a no encajar, no teman si el Señor aún no les ha revelado con claridad su propósito para con ustedes, ¡confíen! ¡el señor tiene un plan perfecto para cada alma!

A mis hermanos de otras comunidades, a los que viven con miedo a expresarse, de denunciar el abuso, la dictadura, la hipocresía y la doble moral de sus actuales líderes como recientemente lo hizo el cardenal Alcántara en una comunidad externa, a quienes tiene miedo de vivir la fe con libertad interior, a todos ustedes yo les digo con mi corazón en la mano: ¿creen ustedes que con amenazas se construye el Reino de Dios?, ¿creen que el miedo puede producir frutos de eternidad?, ¿creen que la uniformidad impuesta es sinónimo de unidad? Hermanos, no.

El reino de DIos se construye con verdad, con caridad, con alegría, con libertad interior y con corazones redimidos, el reino se construye desde el servicio no desde el dominio, se construye con las manos de todos nosotros y no con la prepotencia de unos pocos.

Cristo vive, Cristo reina, Cristo ama y nosotros le servimos con alegría.

Nuestra comunidad no está llamada a convertirse en una comunidad desarmada, silenciada o apagada, no, no somos llamados a eso, nosotros somos llamados a ser una comunidad viva y llena del fuego del Espíritu Santo, una comunidad que sabe hablar con dulzura pero también con claridad, que no se avergüenza de anunciar el Evangelio, una comunidad que no se esconde, que no negocia la verdad y que nunca abandona la caridad.

Sirvamos al Señor con alegría, sirvamosle juntos, diversos, frágiles, pequeños pero siempre llenos de fe.

Ya cerrando esta catequesis no puedo más que simplemente invitarles a dar gracias a Dios por brindarnos el don inmenso de su Iglesia, por nuestra comunidad que aunque tiene heridas sigue adelante, una comunidad que no camina por sus propios méritos, sino que camina por la gracia. La unidad no es obra nuestra, sino don del cielo y ese don solo puede mantenerse vivo si lo cuidamos con mucho amor, con paciencia, con oración y con verdad.

La múltiple diversidad de dones y carismas no debe ser para nosotros un motivo de juicio o de distancia, sino que debe convertirse en una oportunidad para encontrarnos. En las diferencias de nosotros no existe una amenaza, existe riqueza y en nuestras distintas sensibilidades hay un reflejo de Dios que no se repite, que sabe derramar su gracia de mil formas distintas. El desafío es grande pero también es bellísima la vocación que el señor nos ha confiado: ser uno, como el Padre y el hijo son uno y eso solo va a ser posible si nos abrimos al misterio del otro, si dejamos de exigirle a los demás una uniformidad y aprendemos a mirar a los demás con ojos. La verdadera unidad no es suprimir lo que seamos, sino, ofrecerlo al servicio de todos.

Pidamos a María, aquella mujer que supo acoger la diversidad de los apóstoles y los sostuvo en la esper del Espíritu a que nos enseñe a vivir esa unidad que no nade de la imposición, sino del amor y que ella nos acompañe con ternura para que juntos podamos decir: "Aquí ha sobreabundado la gracia" y que esa misma gracia sea la que siga guiando nuestros pasos, sanando nuestras heridas y uniendo nuestros corazones.

Amén. 

 Pavlvs Pp
Pontifex Maximvs