BULA DE NOMBRAMIENTO
DEL NUEVO ARZOBISPO METROPOLITANO
DE LA ARQUIDIÓCESIS DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPEBENEDICTVS, EPISCOPVS,
SERVVS SERVORVM DEI
SERVVS SERVORVM DEI
Al dilecto hijo, Monseñor Uriel García,
hasta ahora Obispo Diocesano de la Diócesis de Dolores,
elegido Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Nuestra Señora de Guadalupe, saludo, paz y bendición apostólica.
El divino Pastor, Jesucristo nuestro Señor, que guía a su Iglesia con sabiduría eterna y amor incansable, ha confiado a los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, la noble tarea de apacentar a su grey, enseñar con fidelidad la Palabra de Dios, y santificar a su pueblo con los sacramentos. Esta misión, que nace del mandato apostólico, se cumple con humildad y vigilancia: “No como quien domina sobre la heredad del Señor, sino siendo modelos del rebaño” (1 Pe 5,3).
La Arquidiócesis de Nuestra Señora de Guadalupe, que ha atravesado momentos de prueba, dispersión y silencio, ha sido, con la gracia de Dios, nuevamente rehabilitada para el pleno ejercicio de su vida eclesial. Su historia reciente, marcada por la esperanza y por el esfuerzo paciente de restauración, requiere ahora de un pastor que, en el nombre de Cristo, guíe a esta porción hacia una auténtica renovación espiritual, doctrinal y pastoral.
Después de cuidadosa deliberación, y tras consultar al Dicasterio para los Obispos, nos ha parecido que tú, querido hijo, eres especialmente apto para esta misión. Tu servicio como Obispo de Dolores ha revelado tu entrega generosa, tu fidelidad a la enseñanza de la Iglesia y tu capacidad de pastorear incluso en tiempos difíciles. Tu amor por la liturgia, tu cercanía al pueblo fiel y tu clara adhesión a esta Sede Apostólica son signos del celo pastoral que animará tu nuevo ministerio.
Por tanto, en virtud de nuestra suprema autoridad apostólica, te NOMBRAMOS Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Nuestra Señora de Guadalupe, con todos los derechos y deberes inherentes a este oficio, según las normas del derecho canónico y las sanas tradiciones. Te confiamos esta Iglesia particular, que ha sido herida pero no destruida, para que seas en ella signo vivo del Buen Pastor, servidor de la unidad, defensor de la verdad y sembrador incansable del Evangelio.
Como enseña el Concilio Vaticano II: “Los obispos, establecidos por el Espíritu Santo, son sucesores de los apóstoles y junto con el Papa y bajo su autoridad, tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, celebrar la liturgia, y gobernar con caridad el Pueblo de Dios” (cf. Lumen Gentium, 20).
Querido hijo, en tu nuevo ministerio, cuida con especial solicitud del clero, promueve las vocaciones sagradas, forma a los laicos para la misión, y sana las heridas del pasado con la medicina de la verdad, la caridad y la unidad. Sé para todos imagen de Cristo, compasivo y firme, manso y valiente.
Exhortamos también a los fieles de la Arquidiócesis de Nuestra Señora de Guadalupe a recibirte con corazón filial, reconociendo en ti al pastor legítimo que esta Sede Apostólica les confía. Unidos contigo, caminen hacia una Iglesia reconciliada, orante y misionera, renovada en la fe católica y en comunión plena con la Iglesia universal.
Confiamos tu ministerio a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización y Madre del Verdadero Dios por quien se vive. Y te asistan siempre los santos Apóstoles Pedro y Pablo, junto a todos los santos que gozan ya del rostro del Señor.
Dado en Roma, en Letrán, a los treinta días del mes de abril del Año Santo de la Esperanza dos mil veinticinco, segundo de nuestro pontificado.