SACRVM CONCILIVM PAULINVM
CONSTITUCIÓN CONCILIAR
“TESTES CHRISTI”
SOBRE EL EJERCICIO DEL
EPISCOPADO EN MINECRAFT
BENEDICTVS, EPISCOPVS
PRIMAS ITALIÆ ET ARCHIEPISCOPVS PROVINCIÆ
ROMANÆ METROPOLITANVM
DOMINVS STATVS VATICANÆ CIVITATIS
SERVVS SERVORVM DEI
VICARII FILII DEI
UNA CVM SACROSANCTI CONCILII
AD PERPETUVM REI MEMORIAM
PREÁMBULO
INTRODUCCIÓN
1. Los obispos, como pastores del Pueblo de Dios, han recibido un don singular que les permite ejercer su ministerio con fidelidad y santidad. En la sagrada Ordenación Episcopal, la Iglesia suplica la efusión del Espíritu Santo sobre el elegido, para que pueda desempeñar el sumo sacerdocio de manera digna y sin tacha. "Vela por ti mismo y por toda la grey en medio de la cual el Espíritu Santo te ha constituido obispo para apacentar la Iglesia de Dios" (Hch 20,28). Desde la antigüedad, la Iglesia ha reconocido en este acto la voluntad de Cristo, quien quiso que sus discípulos, en continuidad con los Apóstoles, guiaran a su rebaño hasta el fin de los tiempos. La misión confiada a los sucesores apostólicos no es solo gobernar y enseñar, sino también ser signo visible de la unidad en la fe y el amor.
2. El obispo, en el ejercicio de su ministerio, debe mantenerse siempre en comunión con el Sucesor de Pedro, quien, por voluntad de Cristo, ha sido constituido roca firme sobre la cual se edifica la Iglesia. "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará" (Mt 16,18). Esta comunión garantiza que el Evangelio se proclame con fidelidad y que la Iglesia se mantenga unida en la misma doctrina. Pedro, elegido entre los Doce, es el principio visible de la unidad del Colegio Episcopal, y su fe es la base sobre la cual Cristo confió la edificación de su Iglesia. Así, cada obispo, unido al Romano Pontífice, es signo de la única Iglesia de Cristo y garante de su integridad doctrinal.
✠ Mons. Kevin Card. Miranda, Presidente de la Comisión Conciliar para la Naturaleza Eclesial.
✠ Mons. Antonio Card. Esteban, Auxiliar de la Comisión Conciliar.
✠ Mons. Jesús Card. Ortiz, Auxiliar de la Comisión Conciliar.
✠ Mons. Junior Gamboa, Relator de la Comisión Conciliar.
CAPÍTULO I
DEL MINISTERIO EPISCOPAL Y SU ESTABLECIMIENTO
LA ELECCIÓN DE LOS DOCE
3. Cuando el Salvador inició su vida pública, llamó a su lado a ciertos discípulos que, habiendo sido elegidos por Él, serían formados en la verdad del Reino y enviados como heraldos de la Buena Nueva. "Subió al monte y llamó a los que quiso, y vinieron donde él. Designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14). Tras orar intensamente al Padre, seleccionó a doce varones de entre sus seguidores, instituyéndolos como Apóstoles y confiándoles la misión de predicar, sanar y liberar a los hombres del poder del pecado. Este grupo no era una simple comunidad de discípulos, sino un colegio establecido con Pedro como cabeza, a quien el Señor concedió una primacía especial. De esta manera, los Apóstoles fueron los primeros en recibir el encargo de perpetuar la misión redentora de Cristo, transmitiendo su enseñanza y su autoridad a través de la imposición de manos.
4. Los Apóstoles, iluminados por el Espíritu Santo, no solo evangelizaron las naciones, sino que también establecieron pastores en las comunidades, asegurando que la fe se conservara íntegra y sin corrupción. "Manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido, de palabra o por carta nuestra" (2Tes 2,15). Mediante la Tradición apostólica, la enseñanza de Cristo ha llegado hasta nosotros, guiada por la acción del Espíritu Santo, quien inspira y santifica la misión de la Iglesia. En este mismo Espíritu, han surgido nuevas formas de evangelización, entre ellas el apostolado en el mundo digital, donde se ofrece a las almas la posibilidad de encontrar a Cristo. Así como los primeros cristianos llevaron el mensaje del Evangelio a todas las regiones del mundo conocido, también hoy se extiende la predicación de la fe a través de los medios tecnológicos, asegurando que ningún rincón de la humanidad quede privado de la verdad salvífica.
5. ¿Cómo sabemos que esta labor está guiada por el Espíritu Santo? La Escritura nos enseña que "nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, sino por el Espíritu Santo" (1Cor 12,3). Allí donde se proclama la soberanía de Cristo, donde se transmiten los sacramentos y donde la fe es fortalecida, allí actúa el Espíritu de Dios. Es Él quien mueve los corazones, quien santifica a los fieles y quien hace fecundo el trabajo de los evangelizadores. "El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). En el ministerio episcopal, los obispos son constituidos como vicarios y embajadores de Cristo, participando en su sacerdocio de manera eminente y visible. No actúan por su propia cuenta, sino en nombre de Aquel que los ha enviado, siendo servidores del Evangelio y guías del rebaño de Dios.
6. Desde el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia naciente, la misión de anunciar el Evangelio ha sido confiada a todos los creyentes. "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). No se trata solo de una tarea de los ministros ordenados, sino de todo el pueblo cristiano, que participa en el sacerdocio de Cristo por el Bautismo. Esta misión no está restringida a un solo ámbito, sino que debe llevarse a cabo en todos los espacios donde haya almas que necesiten escuchar la palabra de salvación. En el mundo moderno, esto incluye también el ámbito digital, donde muchas personas buscan sentido y verdad. La fe no conoce fronteras, y la predicación del Evangelio debe llegar tanto al ámbito físico como al virtual, asegurando que todos los hombres puedan conocer a Cristo y participar de su gracia. "Jesucristo es la piedra angular" (Ef 2,20). Permanezcamos, pues, edificados sobre la fe de Pedro y unidos a Cristo, quien nos llama a ser testigos del Reino en todo lugar y circunstancia.
CAPÍTULO II
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA Y LA UNIDAD DE LOS PASTORESHEREDAR Y PRESERVAR LA MISIÓN
7. La misión que Cristo Jesús encomendó a sus Apóstoles se extenderá hasta la consumación de los tiempos (Cf. Mt 28,20), pues el Evangelio debe ser proclamado en todo momento y en todo lugar, constituyendo el fundamento de la vida de la Iglesia. Desde esta perspectiva, reconocemos que nadie en la tierra es eterno, salvo Dios mismo; por ello, el Señor dispuso la continuidad de sus ministros, los apóstoles. De este modo, aquello que asegura la unidad y permanencia de la Iglesia hasta el final de los tiempos es la sucesión apostólica, la cual proviene de los primeros discípulos escogidos por Nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, sin la sucesión apostólica, la Iglesia Madre no subsistiría, ya que faltarían aquellos ministros encargados de dispensar los sacramentos que comunican la vida y la salvación, así como de transmitir la enseñanza de la verdad y la luz. Por ello, los apóstoles, al ser depositarios de la misión de Cristo en la tierra, dieron continuidad a su ministerio mediante la sucesión, a fin de perpetuar el mandato divino: "Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). Quienes fueron llamados a participar de esta sucesión recibieron la tarea de velar por el rebaño de Cristo, sobre el cual el Espíritu Santo los constituyó para edificar el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia (Cf. Hch 20,28). Así, eligieron y prepararon a varones idóneos para este encargo, aquellos que, según la venerable Tradición de la Santa Iglesia, han sido considerados los principales instrumentos de santificación y transmisores del munus apostólico.
8. Movidos por el ardor evangelizador, surgen cuestionamientos que inquietan el alma. ¿De qué manera se puede hablar de sucesión apostólica en un entorno digital? Dado que los apóstoles y sus legítimos sucesores no tienen presencia real en la esfera cibernética de Minecraft, no podríamos afirmar la existencia de una auténtica sucesión. No obstante, en nuestra comunidad, los fundadores han asumido la figura de los Apóstoles dentro de este universo digital, pues, guiados por el Espíritu Santo, son ellos quienes han transmitido el munus apostólico en esta realidad virtual. En efecto, del primero que acogió en su corazón el anhelo de este apostolado proviene para nosotros la esencia y orientación de una comunidad volcada al servicio del Señor. Por tanto, este concilio declara que la sucesión apostólica, entendida como una continuidad legítima, debe remontarse al Papa Juan Diego, magno, a quien reconocemos como uno de nuestros fundadores y primer Pontífice; y para que sea válida, ha de mantenerse en comunión con el Sucesor de Pedro en la actualidad. Este principio ha de ser observado con firmeza, ya que la sucesión sin unidad con la cabeza del Colegio Apostólico carecería de validez. De esta manera, para que podamos dar frutos abundantes, es indispensable que permanezcamos unidos a la vid verdadera (Jn 15,5), que no es otra sino Cristo mismo.
VALIDEZ DE ELECCIÓN Y SUCESIÓN
9. La validez de la elección y la sucesión episcopal responde al designio de Cristo para su Iglesia. Desde los primeros tiempos, los apóstoles y sus sucesores han garantizado la fidelidad a la misión encomendada por el Señor mediante la imposición de manos y la transmisión de la autoridad apostólica (cf. Hechos 6,6; 1 Timoteo 4,14). Como nos enseña la Tradición, la sucesión episcopal no es simplemente la continuación de una estructura organizativa, sino la expresión viva de la presencia de Cristo en su Iglesia, asegurando la autenticidad de su enseñanza y la integridad de su comunión (cf. Lumen Gentium, 20).
10. En este contexto, la elección de un obispo no debe depender de factores circunstanciales o de preferencias personales, sino que debe ser fruto de discernimiento, guiado por el Espíritu Santo y en comunión con la Sede de Pedro. Como señala el Papa Francisco: “El obispo es un testigo del Resucitado. No es un administrador, no es un gestor, es un padre, un hermano, un amigo” (Discurso a la Congregación para los Obispos, 27 de febrero de 2014). La historia de la Iglesia nos muestra que cuando la elección episcopal ha sido influenciada por intereses humanos ajenos al bien de la Iglesia, se han generado crisis y divisiones. Por ello, es necesario que el proceso de selección y nombramiento de obispos se realice bajo criterios que garanticen la idoneidad del candidato, su fidelidad doctrinal y su capacidad de pastorear al pueblo de Dios con prudencia y caridad (cf. 1 Pedro 5,2-3).
11. La validez de la sucesión apostólica implica la comunión con el Romano Pontífice, quien, como sucesor de Pedro, posee la potestad suprema en la Iglesia (cf. Mateo 16,18-19). Sin esta comunión, la sucesión carecería de razón y perdería su sentido dentro de la Iglesia. "El colegio episcopal, en cuanto compuesto por muchos miembros, es la expresión de la variedad y de la universalidad del Pueblo de Dios; en cuanto reunido bajo una única cabeza, expresa la unidad del rebaño de Cristo” (CIC, 877). Así, la elección de los obispos debe mostrar esta unidad, asegurando que su ministerio sea un signo visible de la unidad en la Iglesia. La imposición de manos y la oración de consagración son elementos esenciales que confieren la plenitud del sacramento del Orden y vinculan al nuevo obispo con la misión apostólica confiada por Cristo (cf. Hechos 13,3).
12. En la práctica, la consulta al clero y a los miembros puede llegar a enriquecer el proceso de elección episcopal, pero no sustituye la autoridad conferida al Papa para discernir y confirmar cada nombramiento (cf. Christus Dominus, 20). En este sentido, el Dicasterio para los Obispos desempeña un papel crucial en la evaluación de los candidatos, garantizando que reúnan las cualidades necesarias para ejercer el ministerio episcopal con fidelidad y dedicación. La prudencia, la sabiduría pastoral y el amor por la Iglesia deben ser características esenciales en quien recibe esta dignidad, pues el obispo es llamado a ser ejemplo de unidad y procurar la misma entre toda la Iglesia.
13. En nuestra comunidad, aunque el contexto sea distinto del de la Iglesia de la realidad, es importante que los nombramientos episcopales reflejen los principios de la sucesión apostólica y la legitimidad. No podemos ver la elección episcopal como un simple acto humano, sino como una respuesta a la voluntad de Cristo, quien sigue guiando a su Iglesia a través de los pastores que Él mismo ha elegido (cf. Jeremías 3,15). Por tanto, toda elección debe estar marcada por la oración, la fidelidad a la doctrina y el compromiso con la unidad, asegurando que el ministerio episcopal sea siempre un reflejo de la misión de Cristo en el mundo.
COLEGIO DE LOS OBISPOS Y SU COMUNIÓN CON EL PAPA
14. La sagrada misión del Colegio Episcopal, en su unidad con el Romano Pontífice, encuentra su fundamento en la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, quien instituyó a Pedro como piedra sobre la cual edificar su Iglesia (cf. Mt 16,18). En esta santa comunión, los obispos, como sucesores de los apóstoles, están llamados a preservar la unidad de la Iglesia, reflejando en su ministerio el amor y la verdad que provienen del Evangelio. Esta unidad es una realidad que emana del mismo Espíritu Santo, quien guía a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13). Es, pues, en la comunión con el Sucesor de Pedro donde se encuentra el fundamento visible de la unidad, garantizando que la enseñanza y el gobierno de la Iglesia sean fieles al mandato de Cristo.
15. El episcopado, en cuanto colegio unido al Sucesor de Pedro, posee autoridad suprema en la Iglesia cuando se ejerce en comunión con él y bajo su guía (cf. Lumen Gentium, 22). No es un poder autónomo ni una facultad separada de la Sede Apostólica, sino una expresión del mismo ministerio que Cristo confió a sus apóstoles. En la historia de la Iglesia, siempre que el episcopado ha permanecido unido al Romano Pontífice, la Iglesia ha experimentado crecimiento, estabilidad y fidelidad doctrinal. Por el contrario, cuando esta comunión ha sido debilitada o rota, se han generado divisiones y escándalos que han herido al Pueblo de Dios. De ahí que la unidad con el Papa no sea una simple opción, sino un requisito esencial para la autenticidad del ministerio episcopal. Es por esto que urge restablecer el sentido real del episcopado. El Obispo es ante todo un maestro de la fe, un santificador del Pueblo de Dios y un guardián de la doctrina. La Iglesia no puede permitirse obispos que, en lugar de fortalecer la unidad con el Romano Pontífice, actúen de manera autónoma o busquen caminos paralelos a la enseñanza y disciplina universal de la Iglesia. La historia nos muestra que cada vez que se han elegido obispos sin la adecuada comunión con el Papa, la Iglesia ha sufrido dolorosas divisiones que han puesto en riesgo la fidelidad al Evangelio.
16. Además, es deber del Colegio Episcopal velar porque sus miembros vivan conforme a la dignidad del ministerio que han recibido. "Ninguna carga es más difícil de soportar en este mundo que el oficio de pastor" (Regula Pastoralis, I, 1). La negligencia, la tibieza, la falta de celo apostólico, son actitudes que no pueden tener cabida en el corazón del que ha sido llamado a guiar al Pueblo de Dios. Pero más aún, un obispo que se aleja de la comunión con el Papa pone en riesgo su propia vocación y la unidad de la Iglesia. Como pastores, debemos recordar siempre que nuestra autoridad no proviene de nosotros mismos, sino de Cristo, quien la confía al Colegio Episcopal en comunión con el Sucesor de Pedro. Desentenderse de esta realidad equivale a apartarse del camino trazado por el Divino Maestro.
17. En la historia de la Iglesia hemos sido testigos de las consecuencias nefastas de la desunión entre los pastores y el Sucesor de Pedro. Desde los primeros siglos, cuando algunos obispos se separaron de la comunión con Roma, hasta los tiempos modernos en que ciertas ideologías han intentado fragmentar la unidad eclesial, la lección es clara: sin Pedro, la Iglesia se debilita y se dispersa. "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11,23). La unidad episcopal no es una mera formalidad, sino la manifestación de la misma voluntad de Cristo, que quiso que su Iglesia permaneciera edificada sobre la Roca de Pedro. La fidelidad al Papa es garantía de la fidelidad a Cristo y, por tanto, todo intento de desligarse de esta comunión equivale a abrir la puerta a la división y al error.
18. Por lo tanto, reafirmamos con firmeza la necesidad de mantener una obediencia filial y sincera al Santo Padre. Esta obediencia no debe ser vista como una sumisión ciega, sino como una expresión de la fe en la asistencia divina prometida a Pedro y sus sucesores. Como dice San Ignacio de Antioquía: "Donde está el obispo, allí esté la comunidad; así como donde está Cristo Jesús, allí está la Iglesia católica" (Carta a los Esmirniotas, 8,2). En este sentido, cada obispo tiene el deber de ser un testigo fiel de la comunión con el Papa, enseñando con claridad la doctrina de la Iglesia, promoviendo la unidad del pueblo cristiano y combatiendo toda forma de relativismo y desobediencia que pueda afectar la vida eclesial.
19. Así pues, exhortamos a todos los miembros del Colegio Episcopal, presentes ahora y a las generaciones venideras a renovar su compromiso de fidelidad al Sucesor de Pedro, fortaleciendo la comunión que nos une y evitando toda actitud que siembre la división. "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Esta oración de Cristo es también nuestro compromiso y nuestra misión.
FRATERNIDAD ENTRE EL COLEGIO DE LOS OBISPOS
20. La fraternidad episcopal es un reflejo de la unidad de la Iglesia, cuyo fundamento es Cristo mismo, que oró al Padre diciendo: "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21). Esta oración del Señor nos exhorta a vivir en comunión, especialmente dentro del Colegio de los Obispos. Como sucesores de los Apóstoles, estamos llamados a reflejar en nuestra vida el amor y la unidad que Cristo nos enseñó. No puede haber división en el episcopado sin que ello repercuta gravemente en el Pueblo de Dios. La Iglesia, como sacramento de unidad, debe manifestarse en la comunión de sus pastores, quienes en estrecha unión con el Papa, Vicario de Cristo en la Tierra, han de ser signo visible de la catolicidad y apostolicidad de la Iglesia.
21. La comunión entre los obispos no es una simple fraternidad humana, sino una realidad arraigada en la estructura misma de la Iglesia. La unidad episcopal no implica uniformidad de pensamiento en todas las cuestiones, sino la disposición sincera para escuchar, discernir y obedecer la voz del Espíritu Santo. La diversidad de opiniones no debe ser motivo de fractura, sino de enriquecimiento mutuo, siempre que esta diversidad se mantenga dentro de la fidelidad a la fe y al magisterio de la Iglesia. Como nos recuerda San Pablo: "Os exhorto, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo, y que no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir" (1 Cor 1,10).
22. La fraternidad episcopal se ve amenazada cuando el orgullo, la autosuficiencia o la indiferencia ganan terreno en el corazón de los pastores. Quien se encierra en sí mismo, sin escuchar a sus hermanos ni aceptar corrección, pone en riesgo la unidad de la Iglesia. Debemos recordar siempre que el episcopado no es un honor personal, sino un servicio, y que el mayor en la Iglesia es el que más sirve (cf. Mt 23,11). No podemos permitir que la división nos debilite; al contrario, debemos buscar constantemente el diálogo y la reconciliación, siguiendo el mandato del Señor: "Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado" (Mt 18,15).
23. La fraternidad episcopal exige el respeto mutuo y la caridad sincera entre los obispos. Cada uno ha sido llamado por Dios para servir a su Iglesia con los dones particulares que ha recibido. En el Colegio Episcopal hay diversidad de carismas y de experiencias pastorales, y esta riqueza debe ser valorada y aprovechada en favor de la unidad. San Ignacio de Antioquía exhortaba a los cristianos a permanecer en comunión con su obispo como signo de fidelidad a Cristo (cf. Carta a los Esmirniotas, 8). Esta enseñanza sigue vigente hoy, pues un Colegio Episcopal unido es reflejo de la verdadera Iglesia de Cristo.
24. En la práctica, la fraternidad episcopal debe manifestarse en gestos concretos de unidad. Esto implica evitar rumores o murmuraciones que dañen la reputación de los hermanos, ofrecer ayuda a aquellos que enfrentan dificultades en su ministerio y trabajar juntos en la resolución de problemas. Como nos enseña la Escritura: "Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo" (Gal 6,2).
CAPÍTULO III
EL MINISTERIO EPISCOPAL EN MEDIO DEL PUEBLO DE DIOSDEL TESTIMONIO EN LA LABOR PASTORAL
25. Los obispos, testigos plenos del Buen Pastor, en quien reside la plenitud del sacerdocio, son presencia viva de Cristo en medio de la comunidad. En ellos se manifiesta la figura del Señor Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, quien, sentado a la diestra del Padre, permanece unido a los ministros que ha elegido para predicar su Palabra y dispensar los sacramentos de la fe. La vocación del pastor consiste en introducir, por la gracia, a nuevos miembros en la Iglesia y, con sabiduría y prudencia, orientar a la comunidad cristiana en su peregrinación hacia la morada eterna, la Jerusalén celestial. En su segunda carta a Timoteo, el apóstol Pablo nos dice: "En cuanto a mí, estoy a punto de ser ofrecido como sacrificio" (2Tm 4,6). El obispo, a imagen del Maestro, ha de entregarse plenamente, no solo en la ofrenda del altar, sino también en su vida y servicio, hasta derramar su sangre si fuese necesario. Estos pastores, llamados a apacentar el rebaño de Cristo, son "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Co 4,1). A ellos se les ha confiado el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Hch 20,24) y la dispensación del Espíritu Santo y de la justicia en su esplendor (cf. 2Co 3,8-9).
26. Para llevar a cabo esta alta misión, los apóstoles fueron fortalecidos por Cristo con la efusión del Espíritu Santo, quien descendió sobre ellos (cf. Hch 1,8; 2,4; Jn 20,22-23). Este don fue transmitido mediante la imposición de manos (cf. 1Tm 4,14; 2Tm 1,6-7) a sus sucesores, y continúa siendo conferido en la consagración episcopal. Este sagrado concilio enseña que la ordenación episcopal representa la plenitud del sacramento del orden. Como nos instruye Lumen Gentium, junto con el poder de santificar, la consagración episcopal otorga también la autoridad para enseñar y gobernar, tareas esenciales del ministerio episcopal. No obstante, tales atribuciones solo pueden ejercerse dentro de la comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro y el resto del Colegio Episcopal. La tradición litúrgica atestigua que la gracia del Espíritu Santo es conferida por la imposición de manos y la oración de consagración, dejando impreso en el alma el carácter sagrado del ministerio. Así, el obispo, en el seno del pueblo que le ha sido confiado, representa a Cristo como maestro, guía y pontífice.
DEL DEBER DE SANTIFICAR Y ORIENTAR AL PUEBLO DE DIOS
27. El obispo, investido con la plenitud del orden sagrado, es el dispensador de la gracia del sacerdocio supremo. Enviado como pastor en medio de su rebaño, tiene la misión de distribuir los dones divinos y proclamar el amor de Dios a quienes más lo necesitan. A través del ministerio de la Palabra, transmite la fuerza salvadora de Dios (cf. Rm 1,16) y, mediante los sacramentos, cuya celebración regula con su autoridad, contribuye a la santificación de los fieles. Los obispos exhortan al pueblo cristiano a participar con devoción en la Eucaristía y en los demás sacramentos, y son responsables de instruir a cada miembro de la comunidad en la verdad revelada, ya sea directamente o a través del ministerio de los presbíteros.
28. Su testimonio personal debe ser modelo para todos los que están bajo su cuidado, corrigiendo con caridad a quienes se encuentran alejados del camino de la salvación y animando a todos a vivir con rectitud, en preparación para el día de Cristo. El obispo no puede buscar su propia salvación en aislamiento; su deber es guiar al pueblo de Dios para que juntos, pastor y comunidad, avancen hacia la plenitud de la vida en el Señor. Asimismo, el obispo es el primer anunciador del kerigma, el mensaje fundamental de la fe, llevado a quienes aún no han abrazado la verdad del Evangelio. Su ministerio catequético debe revelar a Cristo en toda su plenitud: el Cristo servidor, el Cristo sufriente, el Cristo maestro, el Cristo guía y el Cristo que ama. El pastor ha de caminar con su pueblo, compartir sus alegrías y tribulaciones, y atender sus necesidades espirituales y materiales, ejerciendo su ministerio con dedicación y entrega total.
CAPÍTULO IV
LOS PASTORES EN LA IGLESIA UNIVERSAL Y LOCALEJERCICIO DE LA AUTORIDAD DEL COLEGIO EPISCOPAL
29. Los obispos, mediante su consagración sagrada y su vinculación jerárquica con la cabeza y los miembros del colegio episcopal, son incorporados al cuerpo de los sucesores apostólicos (cf. Lumen Gentium 22). Este conjunto de pastores, que perpetúa la misión de los Apóstoles en la enseñanza y el liderazgo espiritual, posee, junto al Romano Pontífice como su cabeza, la más alta y plena autoridad sobre toda la Iglesia. Sin embargo, tal potestad solo puede ejercerse con la anuencia del Papa (cf. Lumen Gentium 22). Esta autoridad se manifiesta de manera solemne en los Concilios Ecuménicos (cf. Lumen Gentium 22); por ello, este santo Concilio declara que todos los obispos, como parte del colegio episcopal, tienen el derecho de participar en ellos. Asimismo, este poder colegial puede ejercerse en unión con el Papa cuando él los convoca a una acción común o cuando su acción es reconocida y aceptada libremente por el Romano Pontífice, asegurando que se trate de un verdadero acto colegial (cf. Lumen Gentium 22).
LA DIÓCESIS Y EL MINISTERIO DEL OBISPO EN ELLA
30. La diócesis es una comunidad del Pueblo de Dios confiada al cuidado de un obispo, quien la conduce con la colaboración de su presbiterio. Esta porción de la grey, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante la proclamación del Evangelio y la celebración de la Eucaristía, constituye una Iglesia particular en la que está presente y operante la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica. Cada obispo, como pastor auténtico de su diócesis, ejerce en nombre del Señor su misión de enseñar, santificar y gobernar, siempre en plena comunion con el Romano Pontífice.
POTESTAD DE LOS OBISPOS EN SU IGLESIA LOCAL
31. Como testigos de Cristo, los obispos han de entregarse con esmero a su labor apostólica, preocupándose no solo de quienes ya siguen al Señor, sino también de aquellos que han perdido el rumbo de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia redentora de Cristo. Su tarea debe encaminarse a que todos vivan “en bondad, justicia y verdad” (Ef 5,9). En su diócesis, poseen la autoridad ordinaria, propia e inmediata, necesaria para el cumplimiento de su ministerio pastoral. Sin embargo, han de respetar la jurisdicción del Romano Pontífice, quien puede reservarse determinadas causas. Asimismo, los obispos diocesanos tienen la facultad de dispensar, en situaciones concretas, a los fieles de las disposiciones generales de la Iglesia, siempre que ello favorezca su bien espiritual y que no haya prescripción en contrario por parte de la autoridad suprema de la Iglesia.
OBISPOS EMÉRITOS
32. Considerando la magnitud de la responsabilidad inherente al ministerio episcopal, se exhorta a los obispos diocesanos y a quienes tienen cargos equiparables a presentar su dimisión cuando, por razones de falta de tiempo o por otra causa grave, se vean imposibilitados para continuar con su servicio. Esto puede realizarse de manera voluntaria o a solicitud de la autoridad eclesiástica competente. En caso de ser aceptada la renuncia, se debe garantizar al obispo emérito una participación justa en la vida de la Iglesia y el reconocimiento de los derechos propios de su labor pastoral.
OBISPOS AUXILIARES Y COADJUTORES
33. La labor pastoral de los obispos debe organizarse de manera que la atención al Pueblo de Dios sea siempre prioritaria. En muchas circunstancias, el adecuado cuidado de una diócesis requiere la designación de obispos auxiliares, ya sea debido a la extensión del territorio, el número de miembros, las condiciones particulares del apostolado u otras razones que dificulten el pleno ejercicio de las funciones episcopales. En ciertos casos, la complejidad de la misión pastoral hace necesaria la presencia de un obispo coadjutor para colaborar con el obispo diocesano. Tanto los obispos coadjutores como los auxiliares deben recibir las facultades necesarias para desempeñar su servicio sin afectar la unidad del gobierno diocesano. Han de actuar en concordia con el obispo diocesano, mostrando respeto y obediencia, mientras que este debe acogerlos con fraternidad y estima.
ATRIBUCIONES DE LOS OBISPOS AUXILIARES Y COADJUTORES
34. Cuando lo exijan las necesidades pastorales, el obispo diocesano debe solicitar a la autoridad eclesiástica la asignación de obispos auxiliares sin derecho a sucesión. Salvo disposición contraria, sus facultades no caducan con el cese del obispo diocesano. En caso de sede vacante, y si no existen razones graves en contra, se recomienda que el gobierno de la diócesis sea confiado a un obispo auxiliar.
REHABILITACIÓN Y EXCOMUNIÓN DE OBISPOS
35. La excomunión de un obispo es una medida extrema que solo debe aplicarse cuando se rompe gravemente la comunón eclesial, ya sea por cisma, herejía o actos que atenten contra la unidad de la Iglesia. Como pastores del Pueblo de Dios, los obispos tienen la responsabilidad de mantener el orden y la armonía en la comunidad, y cuando alguno de ellos se aparta de esta vocación, la autoridad eclesial está llamada a actuar con prudencia y justicia (cf. Mt 18,15-17). Sin embargo, la excomunión no debe ser vista como una simple sanción, sino como una medida medicinal que busca la conversión del pecador y su eventual reconciliación con la Iglesia (cf. CIC, can. 1312 §1).
36. La Iglesia debe velar por la transparencia en estos procesos, asegurando que los fieles comprendan las razones de tales decisiones sin que ello se convierta en causa de escándalo o confusión (cf. 1 Co 14,33). Por ello, en casos en los que la excomunión de un obispo pueda poner en peligro la comunion eclesial, la comunidad deberá ser informada con caridad y prudencia. La autoridad eclesiástica debe discernir en cada caso si la publicación de la medida es necesaria para la salvaguarda de la fe.
37. La rehabilitación de un obispo debe ser un proceso serio que garantice una conversión auténtica y un compromiso renovado con la Iglesia. No basta con el deseo de regresar; es preciso que el obispo manifieste su sincera voluntad de reconciliación con obras concretas, sometiéndose a un periodo de prueba en el que se valore su fidelidad y su disposición a la comunion eclesial (cf. Lc 15,18-20).
38. La reintegración a la vida eclesial no implica necesariamente la restauración del ministerio episcopal. Si bien la Iglesia es madre y acoge con misericordia a quien se arrepiente, también debe velar por el bien común y la credibilidad de su testimonio. Por ello, en los casos en los que la falta haya sido grave, la reconciliación podrá darse sin la restitución del cargo episcopal, buscando siempre la gloria de Dios y el bien de la Iglesia (cf. 1 Tm 3,2-7).
CONCLUSIÓN
DISPOSICIONES FINALES