SACRO CONCÍLIO PAULINO
OCTAVA CONGREGACIÓN GENERAL
AMBITO ECLESIOLOGICO
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A los diecisiete días del mes de febrero del año dos mil veinticinco, a las veinte horas, se reunieron los Padres Conciliares, fieles a la sana doctrina, en la inefable búsqueda de comprender la misión digital y expandir la evangelización sin perder de vista de ninguna manera los santos dogmas de fe proclamados por el Sagrado Magisterio, para la octava Congregación General del Concilio Paulino, en la cual se abordó el ámbito eclesiológico.
Se tuvieron los ritos iniciales y el solemne canto del Veni Creator Spiritus. A continuación, se dio inicio a los temas de la congregación, centrados en la jerarquía de la Iglesia en Minecraft: sobre el clero, seminaristas y laicos, y religiosas.
Tema 1: Sobre el Clero
Mons. Kevin Miranda en representación de la Comisión Eclesiológica presentó la introducción al primer tema.
Mons. Jesús Ortiz tomó la palabra: Considero de gran importancia tratar estos temas y profundizar en su comprensión. Como mencioné antes, el sacerdocio y el diaconado deben caminar de la mano del obispo. Sin embargo, en nuestra comunidad hemos observado una falta de comunicación entre el clero y la jerarquía episcopal, lo que ha llevado a situaciones donde sacerdotes han tomado decisiones sin el debido consentimiento. Un caso recurrente es el de las órdenes religiosas, cuya fundación requiere la aprobación del obispo. En una ocasión, un sacerdote ordenado se hizo religioso sin mi permiso, y no fue el único caso. La comunicación es esencial para mantener la armonía y garantizar que todo se lleve a cabo de manera ordenada.
Continuó Mons. Ángel Castillo: El clero no es una simple estructura administrativa ni un grupo de personas con funciones litúrgicas. Es el cuerpo de pastores que Cristo ha instituido para su Iglesia, continuadores de su obra de salvación a lo largo de los siglos. Aunque no recuerdo exactamente la fuente, se dice que el sacerdote actúa in persona Christi Capitis. Esto significa que su misión no es una tarea personal, sino una prolongación del ministerio de Cristo en la Iglesia.
El clero diocesano representa el primer eslabón en la cadena de la sucesión apostólica, y de él surgen aquellos que serán elevados al episcopado. La vitalidad del clero no solo sostiene la Iglesia en el presente, sino que proyecta su continuidad hacia el futuro. No está exento de desafíos y crisis; nuestra comunidad ha experimentado periodos de gran fervor sacerdotal y también tiempos de baja participación. Esta oscilación refleja la condición humana, pero es crucial recordar que la vocación sacerdotal no es una elección individualista. La obediencia sacerdotal es una participación en la misma obediencia de Cristo al Padre. Un sacerdote no puede actuar por cuenta propia, tomando decisiones aisladas sin consultar ni recibir autorización de su obispo. La unidad se construye en la obediencia y el respeto mutuo; sin estos elementos, el ministerio sacerdotal pierde su sentido.
Nuestra comunidad podría parecer un entorno ajeno a la pastoral tradicional, pero la evangelización debe llegar a todos los espacios donde haya almas. En este contexto, el clero no solo es guía en la oración, sino también un signo de la presencia viva de la Iglesia en el mundo digital. La pastoral virtual no es menos real ni menos importante que la presencial. Como se dice frecuentemente: "La Iglesia no es un edificio, sino la comunión de los creyentes en Cristo". Este principio nos desafía a no reducir la pastoral a lo visible, sino a reconocer que donde hay almas que necesitan a Dios, debe haber pastores que las guíen.
Mons. Pablo Kynast continuó con la palabra: Sobre el voto de obediencia que los diáconos y presbíteros realizan en su ordenación, debemos buscar formas de reforzar su compromiso para que siempre lo tengan presente. La obediencia no debe ser vista como una imposición, sino como un medio para garantizar el orden y la armonía en la vida eclesial. También es fundamental para evitar desviaciones o iniciativas personales sin fundamento que puedan perjudicar la unidad y el buen funcionamiento de la comunidad.
Tomó la palabra Mons. Sebastián Merino: Es fundamental que, como parte de la jerarquía eclesial, trabajemos para hacer presente el sacerdocio en nuestra comunidad. Las dificultades que encontramos aquí también existen en la Iglesia universal. Me remito al documento Ratio Fundamentalis, donde se enfatiza que el sacerdocio implica entregar la propia vida en sacrificio. A lo largo de la historia de nuestra comunidad, hemos visto sacerdotes ejemplares y otros que han tenido dificultades en su ministerio. Como mencionó el cardenal Ángel, han surgido conflictos en la diócesis de Dolores que han afectado la convivencia eclesial.
Cuando un sacerdote es ordenado, se le debe instruir con mayor énfasis sobre sus votos, que inician desde el diaconado. La Iglesia es madre y guía de todo el Pueblo de Dios, y como dice el lema del Jubileo: somos peregrinos de esperanza. Si alguien desea fundar una orden religiosa en una diócesis, esto debe hacerse con el consentimiento del obispo, pues éste es el sucesor de los Apóstoles y tiene la responsabilidad de velar por el bien de su Iglesia local.
Muchos sacerdotes han caído en la soberbia, creyendo que su conocimiento los hace superiores a otros. No se trata de saber más o menos, sino de saber servir. El Señor, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y mostrando su corazón humilde. Debemos enseñar a nuestros jóvenes sacerdotes que la humildad es la base de todas las virtudes, y que sin ella no se puede guiar a otros.
Mons. Kevin Miranda concluyó: Hay un punto fundamental en este tema, que se encuentra en la Escritura: Os daré pastores según mi corazón. Preguntémonos: ¿Cómo es el corazón de Cristo? Es un corazón humilde, sencillo y obediente. Por ello, los pastores según el corazón de Cristo deben reflejar estas mismas cualidades. El sacerdote actúa in persona Christi, y debe hacerlo con humildad, sencillez y obediencia.
Como mencionó el hermano Sebastián, muchos sacerdotes no logran dar frutos porque carecen de estas virtudes. Algunos han dejado de celebrar la liturgia simplemente porque no asisten fieles, olvidando que la validez de la Eucaristía no depende de la cantidad de personas presentes. Esta actitud revela una falta de humildad y una desconexión con su verdadera misión. Asimismo, la creación de órdenes religiosas no solo requiere la aprobación del obispo, sino también la autorización de la Santa Sede.
Desde el Dicasterio para el Clero, del cual soy prefecto, estamos trabajando en estrategias para mantener a nuestro clero activo y comprometido con su vocación. La renovación del sacerdocio en nuestra comunidad es una tarea urgente y esencial para el crecimiento espiritual de todos.
Tema 2: Sobre seminaristas y laicos
Mons. Kevin Miranda en representación de la Comisión Eclesiológica presentó la introducción al segundo tema.
Mons. Ángel Castillo tomó la palabra: Desde los primeros siglos del cristianismo, la formación de los futuros sacerdotes ha sido una preocupación central de la Iglesia, y lo mismo debe aplicarse a nuestra comunidad. No se trata simplemente de un periodo académico, sino de un camino de configuración con Cristo, Buen Pastor. El corazón del joven seminarista es tierra fértil donde debe germinar un amor total a Cristo y a su Iglesia.
Es fundamental que la comunidad comprenda la importancia de los seminaristas. En nuestro entorno virtual, el seminario no debe ser un proceso mecánico de aprendizaje, sino una verdadera escuela de discipulado. Sin embargo, en muchas ocasiones los seminaristas no reciben el apoyo suficiente de quienes, como pastores, deberíamos ser los primeros en guiar y responder sus inquietudes. No podemos permitir que se sientan solos o ignorados. Es cierto que, como obispos, muchas veces nos sentimos cansados, que algunas preguntas pueden parecer triviales o que su entusiasmo inicial pueda parecer ingenuo, pero no debemos olvidar que todos pasamos por esa misma etapa. El pastor debe tener olor a oveja.
Es urgente fortalecer la formación en todos los ámbitos, especialmente en el litúrgico. La liturgia no es solo un conjunto de ritos, sino el corazón mismo de la Iglesia. Un sacerdote que no comprende la liturgia difícilmente podrá guiar a la comunidad en la oración y la sacramentalidad. Si queremos fomentar vocaciones, debemos ser los primeros en servir y acompañar. Tanto los rectores de los seminarios como los obispos debemos reafirmar y apoyar a los seminaristas que buscan en nuestra comunidad un refugio y un apoyo para su vocación.
En cuanto a los laicos, la Iglesia no se compone solo de clero. A lo largo de la historia, grandes santos laicos han renovado comunidades enteras con su testimonio, como San José Sánchez del Río o San Tarsicio. En nuestra comunidad, aunque no hay un grupo estructurado de laicos, esto no debe impedirnos abrir espacios para su participación activa. No se trata de fomentar protagonismos personales ni rivalidades, sino de fortalecer la comunidad eclesial, que no puede sostenerse sin un clero y laicos comprometidos. La vocación sacerdotal y la laical son pilares fundamentales en la vida de la Iglesia.
Mons. Pablo Kynast tomó a continuación la palabra: Para hacer más eficaz la formación de los seminaristas, los obispos y titulares de las diócesis debemos estructurar un programa de formación unificado para los distintos niveles del seminario. De esta manera, se podrá garantizar la unidad y la calidad de la formación en todas las diócesis, evitando contrastes o desigualdades en los procesos de enseñanza. En cuanto a los laicos, es importante abrir oportunidades para su participación activa en la comunidad.
Prosiguió Mons. Sebastián Merino: Es fundamental reforzar la formación de los seminaristas, no solo desde una perspectiva académica, sino también pastoral. El seminarista debe ser formado para ser guía del Pueblo de Dios. Muchas veces, cuando un sacerdote celebra la Santa Misa, los fieles encuentran en ella un momento de oración y reflexión que fortalece su fe. Como obispos, debemos asegurarnos de que nuestros seminaristas reciban una formación integral que avive su vocación y les brinde las herramientas necesarias para ejercer su ministerio con fidelidad y entrega.
El proceso vocacional es como la siembra descrita en la parábola del sembrador: si la semilla cae en tierra fértil, dará frutos abundantes, pero si carece de raíces, se secará. Nosotros, como obispos y sacerdotes, debemos asegurarnos de que los seminaristas encuentren en la Iglesia un entorno de confianza y familia. Si proyectamos una imagen de la Iglesia como una institución fría y burocrática, los seminaristas podrán desanimarse y perder su entusiasmo vocacional.
La Iglesia debe ser madre y guía para todo el Pueblo de Dios, y esto incluye la promoción de nuevas vocaciones. La formación sacerdotal no solo debe enfocarse en el conocimiento teológico o litúrgico, sino también en el desarrollo de un sacerdocio paternal. Un sacerdote no es solo guía de una comunidad, sino también padre espiritual de su rebaño. Por ello, es necesario que los seminaristas sean preparados no solo en el aspecto sacramental, sino también en la atención pastoral, el acompañamiento espiritual y el servicio a los fieles.
En cuanto a los laicos, es imprescindible reconocer su importancia dentro de la comunidad. A menudo, encontramos entre ellos personas con conocimientos profundos en teología, apologética o liturgia, y su aporte es valioso para la Iglesia. La vocación laical es una manifestación de la riqueza de Cristo y debe ser valorada y cultivada.
Continuó Mons. Kevin Miranda: Sobre los seminaristas y los laicos, en nuestra comunidad no hemos tenido una participación estructurada de laicos, pero es un tema que deberíamos analizar para abrir espacios de participación. En cuanto a los seminaristas, más allá de su formación, debemos preguntarnos: ¿qué más podemos hacer por ellos? En Roma, he observado que muchos seminaristas ingresan con entusiasmo, pero pocos permanecen activos o participan de manera constante.
Debemos crear estrategias para que se sientan acogidos y comprometidos con su vocación. No basta con inscribirlos en un seminario y esperar a que terminen su formación. Es necesario acompañarlos, motivarlos y fortalecer su sentido de pertenencia.
Concluyó Mons. Junior Gamboa: La evangelización puede ser un desafío, especialmente al tratar de conectar con aquellos que buscan este camino de fe y vocación. Como obispos, nuestro deber es guiarlos por el camino correcto, buscando métodos que permitan el crecimiento de la Iglesia y el fortalecimiento de las vocaciones.
El mundo cambia constantemente, y la Iglesia debe saber adaptarse sin perder su esencia. La liturgia, por ejemplo, busca actualizarse para mantenerse relevante en el contexto actual sin perder su significado profundo. Debemos encontrar formas de integrar a los seminaristas y laicos en nuestra comunidad, fomentando una participación activa y un compromiso firme con la misión de la Iglesia.
Tema 3: Sobre las religiosas
Mons. Kevin Miranda en representación de la Comisión Eclesiológica presentó la introducción al tercer tema.
Mons. Ángel Castillo tomó primero la palabra: La presencia de religiosos y religiosas en nuestra comunidad siempre ha sido un elemento clave para el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la misión evangelizadora. No se trata solo de números o representatividad, sino del impacto real que tienen a través de su carisma y testimonio de vida. Cada congregación aporta desde su propia espiritualidad: los franciscanos, con su humildad y cercanía a los pobres; los carmelitas, con su vida de contemplación; y las Hermanas de San José, quienes también han sido parte de nuestra comunidad.
Sin embargo, no podemos ignorar los desafíos que han surgido en torno a la presencia femenina en la comunidad. En sus inicios, la participación de mujeres estaba limitada por problemas como el acoso, lo que generó desconfianza y restringió su integración activa. Aunque se han implementado numerosas medidas para garantizar un ambiente seguro, el llamado a más mujeres a la vida consagrada dentro de nuestra comunidad no ha dado frutos. Es necesario reflexionar sobre las razones detrás de esta falta de respuesta y replantear nuestra manera de invitar y acompañar a quienes sienten esta vocación.
Otro punto a considerar es la normativa que exige la autorización del obispo diocesano para ingresar a una orden religiosa dentro de la comunidad. Aunque esta medida busca asegurar un mejor discernimiento vocacional y una integración adecuada, también podría estar generando obstáculos innecesarios que desmotiven a quienes tienen un llamado genuino. Es fundamental preguntarnos si esta restricción realmente está formando mejores vocaciones o si, en algunos casos, está limitando el crecimiento de las mismas. No debemos anteponer nuestros propios intereses o números eclesiales a la voluntad de Dios para cada persona.
La vida consagrada no es una realidad aislada dentro del Pueblo de Dios, sino una vocación esencial que testimonia con radicalidad los valores del Reino de los Cielos. La presencia de las órdenes religiosas no debe ser simbólica ni secundaria; si queremos que la vida consagrada florezca, debemos garantizar su participación efectiva, fortalecer su integración y reconocer su valor como testimonio vivo del Evangelio. Como obispos, debemos ser agentes activos en la promoción vocacional y en la valorización del testimonio religioso.
Mons. Pablo Kynast continuó: Sería positivo abrir la posibilidad de integrar más laicos a la comunidad para desarrollar actividades en colaboración con las religiosas, como las Hermanas de San José y otras órdenes que puedan surgir en el futuro. Las religiosas podrían asumir un papel más participativo a través del apostolado, por ejemplo, impartiendo catequesis a los laicos. Esto no solo les brindaría una función más concreta dentro de la comunidad, sino que también contribuiría a la difusión del Evangelio y a la expansión de nuestra misión.
Mons. Sebastián Merino tomó después la palabra: La integración de institutos de vida consagrada es una iniciativa muy propicia para nuestra comunidad. La presencia de la vida religiosa, tanto masculina como femenina, es un aspecto pastoral fructífero, no solo para los miembros del clero, sino también para los laicos. La espiritualidad de cada congregación enriquece la vida de la Iglesia y abre nuevas puertas para la evangelización.
Aunque en el pasado se han presentado dificultades con algunas congregaciones, es importante recordar la esencia de la vida consagrada: pobreza, castidad y obediencia. Estos votos no solo rigen la vida de los religiosos y religiosas, sino que también deben ser respetados por todos los miembros del clero. Debemos fomentar un ambiente donde los institutos de vida religiosa puedan florecer y cumplir su misión en la comunidad.
La presencia de religiosos en nuestras diócesis también permite una mayor diversidad en la espiritualidad y el carisma dentro de la Iglesia. La posibilidad de que un joven seminarista descubra su vocación dentro de una orden religiosa puede ser enriquecedora tanto para su vida espiritual como para la Iglesia en general. Como obispos, debemos trabajar en conjunto con las órdenes religiosas para asegurar que su labor se integre de manera armoniosa con la pastoral diocesana.
Mons. Christian Romero concluyó: Un punto importante es dar a conocer la diversidad de órdenes religiosas existentes. Muchos fieles desconocen la riqueza espiritual que representan los franciscanos, carmelitas y otras congregaciones. Sería beneficioso promover un mayor conocimiento de estas espiritualidades dentro de nuestra comunidad, especialmente entre los sacerdotes y diáconos, para fomentar la vocación religiosa y el aprecio por su carisma y misiones.
Conclusión General
Tras reflexionar sobre la realidad del clero, los seminaristas, los laicos y las religiosas en nuestra comunidad, se han reafirmado verdades fundamentales sobre la estructura y el funcionamiento de la Iglesia en nuestro contexto.
El clero es el cuerpo de pastores instituido por Cristo para guiar su Iglesia. Su rol no es meramente administrativo, sino pastoral y sacramental. La vocación sacerdotal requiere humildad, obediencia y compromiso. La falta de comunicación entre los sacerdotes y sus obispos, así como la falta de una comprensión adecuada de la obediencia eclesial, ha generado desafíos en nuestra comunidad. La unidad del clero debe construirse en el respeto mutuo y en la fidelidad a la misión de la Iglesia. La formación sacerdotal debe reforzar estos valores, asegurando que cada presbítero entienda su misión no como un derecho, sino como un servicio.
En cuanto a los seminaristas, hemos reafirmado que su formación no es un simple periodo académico, sino un proceso de configuración con Cristo Buen Pastor. La formación litúrgica, teológica y espiritual debe ser integral y acompañada con cercanía por parte de los obispos y sacerdotes. No podemos permitir que los seminaristas se sientan solos o ignorados en su camino vocacional. Asimismo, la vocación laical es fundamental en la vida de la Iglesia. A pesar de que en nuestra comunidad la participación de los laicos no está formalmente estructurada, debemos abrir espacios donde puedan ejercer su misión con compromiso y responsabilidad. Su participación activa fortalece la evangelización y el testimonio cristiano.
La vida consagrada es un pilar esencial de la Iglesia, y su presencia en nuestra comunidad debe ser reconocida y valorada. La experiencia ha mostrado que la integración de religiosos y religiosas ha enfrentado desafíos, especialmente en lo relacionado con la participación de mujeres consagradas. Es imprescindible garantizar un ambiente seguro y acogedor para ellas y para todos los que sienten el llamado a la vida religiosa. Del mismo modo, la regulación para el ingreso a las órdenes religiosas dentro de nuestra comunidad debe estar orientada a un discernimiento genuino, evitando restricciones innecesarias que desmotiven las vocaciones.
Los religiosos no deben ser vistos como un elemento secundario en la estructura eclesial, sino como testigos vivos del Reino de Dios. Su papel en la evangelización y en la formación del Pueblo de Dios es innegable. Para ello, es fundamental que trabajemos en comunión, asegurando que su misión sea plenamente integrada a la pastoral diocesana y que sus carismas sean valorados y promovidos.
En conclusión, el fortalecimiento del clero, la promoción vocacional de seminaristas, la participación activa de los laicos y la integración de la vida consagrada son pilares fundamentales para la vida de nuestra comunidad. La Iglesia no es una estructura estática, sino un organismo vivo que necesita del compromiso de todos sus miembros. Como obispos, tenemos la responsabilidad de guiar, acompañar y fomentar una comunidad eclesial que sea reflejo de la Iglesia universal: unida, fiel a Cristo y comprometida con su misión evangelizadora.
Finalmente, los presentes se dispusieron a concluir la asamblea. Se entonó el Padre Nuestro, se cantó el himno sub tuum praesidium, marcando el cierre solemne del encuentro. Con este acto, la congregación fue concluida formalmente.
Nosotros, los relatores conciliares, redactamos esta acta como informe de la octava Congregación General, celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros, a los diez días del mes de febrero del Año Santo de la Esperanza dos mil veinticinco.
+ Pbro. Sebastián Vargas
Relator
+ Pbro. Mathias García
Relator
+ Pbro. Gustavo Barbosa
Relator