BENEDICTVS, EPISCOPVS,
SERVVS SERVORVM DEI
AD PERPETVAM REI MEMORIAM
A todo aquel que lea este decreto, salud, paz y bendición apostólica.
PRÓLOGO
Desde los tiempos de los Apóstoles, la Santa Iglesia ha sido llamada a discernir, bajo la guía del Espíritu Santo, cómo mejor organizar su vida y misión en servicio a Cristo, quien es "la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia" (Colosenses 1:18). El ministerio petrino, conferido por la Divina Providencia, se orienta precisamente a custodiar y fortalecer la unidad de este cuerpo místico, asegurando que las estructuras eclesiásticas favorezcan el bien de las almas y promuevan el florecimiento de la misión evangelizadora.
La Iglesia, nacida del costado traspasado de Cristo (cf. Jn 19:34), es, por su naturaleza, misionera y debe adaptarse a las realidades que le tocan vivir. Así como en los primeros siglos del cristianismo, el orden jerárquico fue configurado para sostener la fe de las comunidades cristianas dispersas por el Imperio Romano, en nuestros días, somos llamados a evaluar continuamente nuestras estructuras eclesiásticas, siempre con la mirada puesta en el bien común de la Iglesia y de los fieles.
Conscientes de estos principios, y en comunión con el Colegio de Cardenales, los Obispos y la Congregación para los Obispos, hemos considerado oportuna y necesaria la reconfiguración de la Provincia Eclesiástica de María Inmaculada, llevando a cabo el descenso de la Arquidiócesis de la Inmaculada Concepción al rango de diócesis, con la intención de servir mejor a las necesidades pastorales actuales.
Fundamentos Teológicos, Eclesiológicos y Pastorales
I. La naturaleza de la Iglesia y su misión
La Iglesia, como enseña el Concilio Vaticano II, es "sacramento universal de salvación" (Lumen Gentium, 48). Esto significa que su misión en el mundo es hacer presente la gracia salvadora de Cristo, extendiéndola a todos los rincones de la tierra. Dicha misión, sin embargo, no es estática. La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha de discernir las formas y estructuras que mejor le permitan cumplir su vocación de santificar y evangelizar. San Agustín, al referirse a la naturaleza dinámica de la Iglesia, escribió: "La Iglesia avanza entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (De Civitate Dei, 18, 51). Este avance incluye la adaptación prudente de sus estructuras a las necesidades de cada época y lugar.
De igual manera, el Apóstol Pablo exhorta a la Iglesia a ser un cuerpo bien estructurado, en el cual cada miembro cumple su función de acuerdo con los dones recibidos de Dios (cf. 1 Cor 12:12-31). Las diócesis, arquidiócesis y demás circunscripciones eclesiásticas son, pues, partes vitales de este cuerpo, cuya única cabeza es Cristo.
II. Principios canónicos y eclesiológicos para la reorganización de circunscripciones
La organización territorial de la Iglesia no responde a criterios meramente administrativos, sino que es profundamente teológica. El Papa Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis Christi, recuerda que "la Iglesia es un cuerpo vivo y dinámico, donde cada parte debe trabajar en armonía para el crecimiento del todo" (Mystici Corporis, 19). En este contexto, la división de las diócesis y arquidiócesis debe siempre tener en cuenta las circunstancias locales, el bien de los fieles, y la capacidad pastoral de los obispos que las presiden.
San Cipriano de Cartago, uno de los grandes Padres de la Iglesia, subraya que "la Iglesia es una, aunque se extiende a muchas diócesis" (De Ecclesiae Catholicae Unitate, 5). De este modo, la unidad de la Iglesia no se ve alterada por la subdivisión o reconfiguración de sus diócesis, sino que se fortalece cuando estas se ajustan a las necesidades concretas del Pueblo de Dios.
El Magisterio, fiel a esta enseñanza patrística, ha afirmado que las diócesis deben ser configuradas de modo que permitan una mayor cercanía entre el obispo y sus fieles. El Concilio Vaticano II, en Christus Dominus, enseña: "Los obispos deben conocer a sus fieles, visitarlos y pastorearlos como el buen pastor que conoce a sus ovejas" (CD, 16). El descenso de una arquidiócesis a diócesis puede favorecer este propósito, permitiendo una relación más estrecha y personal entre el obispo y su grey.
III. La Tradición de la Iglesia en la reorganización de diócesis
Desde los primeros siglos, la Iglesia ha adaptado su estructura a las circunstancias históricas y pastorales. Ya en el siglo IV, San Basilio el Grande, al reorganizar las diócesis de Capadocia, afirmó: "La estructura de la Iglesia no está basada en la dignidad del título, sino en la capacidad de servir mejor a la comunidad cristiana" (Epistula 54). Este principio ha guiado a la Iglesia a lo largo de los siglos, siendo un reflejo de la pastoralidad y del compromiso con las almas.
La historia de la Iglesia testimonia numerosas instancias en las que diócesis han sido elevadas o reducidas en función de las necesidades. San Gregorio Magno, en sus cartas pastorales, exhortaba a los obispos a "no aferrarse a las dignidades, sino a las responsabilidades pastorales que tienen hacia los fieles" (Epistula 17).
En tiempos más recientes, la reorganización eclesiástica ha sido también una práctica común. El Papa Pío XI, al reconfigurar las diócesis en Europa tras la Primera Guerra Mundial, afirmaba: "El bien de las almas debe prevalecer sobre toda consideración de rango o estatus" (Paterna Sedes, 1921). Este principio, arraigado en la Tradición, guía también nuestra decisión de adaptar la estructura de la Provincia Eclesiástica de María Inmaculada.
DECRETO
En virtud de lo expuesto, y bajo la guía del Espíritu Santo, después de haber consultado con los Cardenales y Obispos competentes, y movidos por el bien de las almas y la misión pastoral de la Iglesia, decretamos y ordenamos lo siguiente:
Artículo 1:
La actual Arquidiócesis de la Inmaculada Concepción es descendida al rango de diócesis. Esta decisión se toma tras un profundo discernimiento sobre la realidad pastoral de la región, considerando la necesidad de un gobierno episcopal más cercano y accesible para los fieles.
Artículo 2:
El título de Arzobispo correspondiente a la sede de la Inmaculada Concepción queda suprimido a partir de la promulgación de este decreto. El obispo designado para esta diócesis ejercerá su ministerio pastoral con la plena autoridad que le corresponde según el derecho canónico.
Artículo 3:
La diócesis de la Inmaculada Concepción, aunque pierde el estatus de arquidiócesis, conservará todas sus estructuras pastorales y sacramentales para continuar con su misión evangelizadora. A partir de este decreto, dicha diócesis quedará adscrita a la Provincia Eclesiástica de Guadalupe, bajo la jurisdicción del Arzobispo Metropolitano de dicha provincia. El obispo diocesano, junto con el presbiterio local, deberá colaborar estrechamente con el metropolitano de la provincia, según lo estipulado por el derecho canónico y las directrices pastorales de la Conferencia Episcopal.
Artículo 4:
Se mantendrán las funciones administrativas y pastorales necesarias, con las modificaciones pertinentes, según determine la Santa Sede, para asegurar la continuidad y efectividad del gobierno diocesano.
Artículo 5:
El actual Arzobispo de la Inmaculada Concepción, Monseñor Josiel Cardenal Vázquez, continuará ejerciendo su misión pastoral y administrativa al frente de la nueva diócesis de la Inmaculada Concepción, por un período transitorio determinado por la Santa Sede. Durante este tiempo, su labor será evaluada por la Congregación para los Obispos en conjunto con la Nunciatura Apostólica, considerando tanto los frutos de su ministerio como las necesidades pastorales de la diócesis.
Este período de continuidad permitirá que el obispo siga acompañando a su comunidad, garantizando una transición ordenada y estable en esta nueva etapa diocesana. Según el criterio de la Santa Sede y tras un discernimiento prudente, se tomará una decisión definitiva sobre la permanencia de Monseñor Josiel Cardenal Vázquez como titular de la diócesis o la designación de un nuevo obispo.
Mientras tanto, el arzobispo y los responsables del presbiterio local estarán llamados a colaborar con los demás obispos de la provincia, favoreciendo la unidad y la acción pastoral común, conforme a los mandatos del Magisterio.
DISPOCISIONES FINALES
Invitamos a todos los obispos de la Provincia Eclesiástica de Guadalupe a fortalecer su colaboración y comunión con la nueva diócesis de la Inmaculada Concepción, comprendiendo que cada una de estas diócesis, en su singularidad, posee capacidades administrativas y pastorales que responderán a la necesidad de una evangelización más eficaz. "El que tiene oídos para oír, oiga" (Mateo 11:15), y que, a la luz de esta palabra, cada obispo y su comunidad sepan ser artífices del Reino de Dios en sus respectivos territorios.
Este decreto entrará en vigor a partir de su publicación. La difusión de este documento será realizada por la Secretaría de Estado de la Santa Sede y el mismo será enviado a la Conferencia Episcopal para su conocimiento y aplicación.
En la unidad de la Iglesia, bajo la guía de los Pastores, buscamos siempre el bien de las almas y la gloria de Dios, confiando en que el Espíritu Santo siga guiando nuestras decisiones y pasos.
Dado en Roma, en la Ciudad del Vaticano, a los treinta dias del mes de septiembre del año del Señor de dos mil veinticuatro, primero de nuestro pontificado.