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Agradezco también los años dedicados a la formación de los futuros pastores en los seminarios que el señor me confío. En esos seminarios cada vocación era como un fuego tímido que necesitaba aliento y aprendí que cada joven es como una tierra sagrada que debe caminarse con delicadeza y los pies descalzos, comprendí que la Iglesia no solo enseña, sino que genera vida. Le agradezco profundamente a aquellos que me acompañaron, que me brindaron consejos y quienes me corrigieron con caridad, en todos ustedes se escondía un signo de aquél espíritu que me sostenía.
Agradezco también los años dedicados a la formación de los futuros pastores, en los seminarios que el Señor me confió. Allí donde cada vocación es un fuego tímido que necesita aliento, donde cada joven es tierra sagrada que debe caminarse con los pies descalzos, comprendí que la Iglesia no solo enseña: genera vida. Agradezco profundamente el acompañamiento, la escucha, los consejos, incluso las correcciones que recibí. En todos ellos se escondía un signo del Espíritu que me sostenía.
El día de hoy, consciente de mis errores y también de mis límites, y sobre todo de la fidelidad de Dios, dejo como herencia un clamor que brota de lo más profundo de mi ser: que la Iglesia no olvide nunca la urgencia de la unidad, de la santidad y de la humildad en el ministerio episcopal.
La unidad no como uniformidad, sino como una comunión vivida en el espíritu; la santidad como una fidelidad diaria, silenciosa y perseverante; y la humildad como una verdad interior que reconoce que sin Dios nada podemos.
Les suplico a todos, de corazón, que, llegado el día de mi muerte, no se cierre la puerta del templo ni del corazón a nadie que sinceramente quiera orar, acompañar o rendir homenaje, siempre que su presencia fomente la comunión y no esté legítimamente impedida por causa grave. Que nadie quede fuera si su alma viene dispuesta al bien. No deseo que mi paso final se convierta en causa de división, sino en un momento de reconciliación y de unidad bajo la cruz de Cristo. A mis hermanos cardenales les pido que mi ataúd sea sencillo, únicamente con una cruz, como un signo de la humildad y fidelidad con la que me presento al padre.
Por último, ruego a mi sucesor que continúe manifestando la unidad entre todos sus hermanos y que, como acto de caridad, no deje desamparado a la congregación de las hermanas de San José, misma congregación que, gracias a la ayuda del Santo Padre Benedicto, fundé, con la esperanza de abrir las puertas de la comunidad a aquellas mujeres que también sintieran el llamado a evangelizar en el entorno digital. Pido encarecidamente se continúe tratándoles con el mayor de los respetos y respetando su autonomía y su prosperidad.
Ten piedad de mí.
Amén.