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APOSTOLICÆ SEDE VACANS
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ROGITO POR EL PÍO TRANSITO
DE SU SANTIDAD EL PAPA PABLO
En este año del Señor, dos mil veinticinco, en el que la Iglesia peregrina en el mundo digital ha seguido dando testimonio fiel del Evangelio en medio de los desafíos de la historia, el siervo de los siervos de Dios, Su Santidad el Papa Pablo, concluyó su misión terrena como Sucesor del Apóstol Pedro, Pastor universal y padre espiritual de la comunidad católica. Después de haber entregado su vida por Cristo y su Iglesia con fidelidad inquebrantable, fue llamado por el Padre celestial a la casa eterna, el día 28 de julio de 2025, a las 14:17 horas, en el Palacio Apostólico del Vaticano, rodeado del silencio reverente de quienes lo asistían.
Antes de entregar su espíritu, pronunció con serenidad unas palabras que resumen todo su pontificado:
“He culminado una misión con ustedes, ahora me toca responder a un llamado más importante con nuestro Señor.”
Así como había vivido, así también murió: con fe serena, corazón encendido y mirada fija en el cielo. Su muerte, aunque repentina, no fue inesperada para aquel que cada día había aprendido a morir a sí mismo, sirviendo con alegría, firmeza y compasión al Pueblo de Dios.
Nació un 25 de julio, solemnidad de Santiago Apóstol, en una familia marcada por la fe sencilla y laboriosa. Sus padres, Tomás y Luna Castillo, eran personas humildes y profundamente cristianas: él, hombre del campo, trabajador incansable; ella, madre entregada al hogar, fuerte y tierna a la vez, sembradora de valores y oración. En ese hogar, entre la tierra cultivada y los rezos cotidianos, brotó la semilla de la vocación.
Ángel Alejandro Castillo, como fue llamado en el bautismo, conoció tempranamente el sufrimiento, las pruebas interiores, y una lucha constante contra sus pasiones. Fue una experiencia cercana a la muerte, que lo confrontó con la fragilidad de la vida, lo que encendió en su alma un deseo ardiente de salvación, de pureza, de consagración total a Dios.
Respondió al llamado del Buen Pastor ingresando al seminario el 15 de junio de 2023, en la Arquidiocesis de San José. Allí se formó en una profunda vida de oración, estudio y servicio. Su carácter era templado, su caridad era concreta, su gusto por la enseñanza y el estudio, notorio. Pronto se distinguió por su equilibrio entre contemplación y acción, entre doctrina firme y trato amable.
Fue ordenado diácono el 27 de julio de 2023 por el entonces arzobispo de San José, el Cardenal Ulises Vargas, y presbítero el 2 de septiembre de ese mismo año, de manos del obispo auxiliar Sahid Prado. Desde entonces, vivió su ministerio como una constante oblación al pueblo de Dios, con predicación clara, y una atención constante a los necesitados y a la juventud que comenzaba su camino en la fe.
El 10 de octubre de 2023, fue ordenado obispo por el Papa Gregorio, recibiendo el encargo de obispo auxiliar de San José, para asistir pastoralmente al cardenal Vargas. Pronto, su prudencia, discreción y capacidad de consejo lo hicieron cercano colaborador del arzobispo, hasta que, al ser este elegido Papa con el nombre de Benedicto, Ángel Alejandro fue nombrado su secretario particular, sirviendo junto al Sucesor de Pedro con lealtad filial y lucidez evangélica.
El 8 de mayo de 2024, fue nombrado rector del Pontificio Seminario Mayor Romano, cargo que desempeñó con gran celo por la formación de pastores santos, sabios y fieles. En ese mismo año, asumió diversas tareas en la Curia Romana, destacando su nombramiento como Prefecto del Dicasterio para los Obispos, hasta que el Papa Benedicto lo elevó al cardenalato el 16 de diciembre de 2024.
Poco después, el 18 de diciembre, fue nombrado arzobispo de San José, volviendo a su diócesis natal como padre y pastor, entregado con renovado ardor a la reconciliación de las comunidades heridas y a la promoción del bien común eclesial.
Su lema episcopal, “FIDES, CARITATEM, SPES” (Fe, Caridad y Esperanza), lo acompañó en todas las etapas de su vida y ministerio. Su escudo, rico en simbolismo, reflejaba una espiritualidad centrada en el Espíritu Santo, la caridad del Corazón, la fragilidad bella de la creación, el Cordero de Dios, y los colores blanco y rojo, imagen del martirio silencioso y la pureza de intención.
Su elección como Sumo Pontífice, el 6 de junio de 2025, tras la muerte del Papa Benedicto, fue vivida por la Iglesia con esperanza. El nuevo Papa eligió llamarse Pablo, evocando al Apóstol de los gentiles, signo de que su pontificado sería misionero, firme en la verdad y lleno de celo por la unidad. Desde el balcón central de la Basílica Vaticana, dirigió un primer mensaje: un llamado a la unidad, a la humildad, a la fidelidad y al servicio sin ambiciones.
Su pontificado, aunque breve en duración, fue intenso en frutos:
Nombró tres (3) obispos, verdaderos pastores formados en el espíritu del Evangelio.
Elevó a cuatro (4) cardenales, elegidos no por prestigio, sino por su fidelidad, discernimiento y entrega.
Promulgó diecisiete (17) documentos, entre ellos constituciones apostólicas, decretos, y sobre todo la Encíclica “Ad Verum Servitium”, donde profundizó en la humildad en el servicio, la unidad eclesial, y la fidelidad ministerial en la comunidad digital, documento que será legado permanente para los tiempos por venir.
Con un estilo pastoral cercano, humilde, pero firme, visitó en cuatro viajes las distintas diócesis de la comunidad, llevando consuelo, corrigiendo con dulzura, exhortando con autoridad evangélica.
Su escudo papal integraba nuevos elementos: el Crismón, signo de Cristo vivo y reinante; el Sagrado Corazón, ardiente y abierto; el cordero manso, figura del Pueblo de Dios y del Redentor; y un castillo gris, símbolo de la Iglesia como fortaleza humilde y lugar de formación. El fondo rojo y azul, expresión del amor crucificado y de la esperanza mariana, envolvían su lema:
“SERVIAMUS DOMINO IN LAETITIA” — Sirvamos al Señor con alegría —.
Su última Misa fue celebrada el 27 de julio, en la plaza de San Pedro, con motivo del XVII Domingo del Tiempo Ordinario, en acción de gracias por su pontificado y su cumpleaños, que había celebrado dos días antes. Fue una eucaristía llena de gratitud, de luz y de presencia del Espíritu. Sus palabras fueron breves, su rostro sereno, su mirada firme. Nadie imaginó que sería su última aparición pública.
El 28 de julio, en las primeras horas de la tarde, luego de concluir sus tareas cotidianas y de compartir una breve oración en su capilla privada, el Santo Padre Pablo se recostó en su aposento con tranquilidad, como quien sabe que el Esposo está cerca. Sin enfermedad prolongada ni señal visible, su corazón simplemente se detuvo, como quien se duerme en la paz del Señor.
Este rogito, depositado con veneración en el féretro que guarda sus restos mortales, no es solo un registro de datos, sino una proclamación de fe:
Que el Papa Pablo vivió y murió como discípulo, servidor, pastor y padre. Que amó a Cristo con todo su ser, que sirvió a la Iglesia sin doblez ni ambición, y que se entregó al pueblo santo de Dios con alegría hasta el fin.
Que su memoria permanezca viva entre nosotros. Que su ejemplo ilumine a los pastores y a los fieles. Que su alma, redimida por la Sangre del Cordero, descanse en la paz gloriosa del cielo, donde los siervos fieles son recibidos con la corona de justicia.
Requiescat in pace, Pastor bonus.
Requiescat in lumine Christi.