11 abril 2025

Discurso del Santo Padre Benedicto durante el Viacrucis en el Coliseo Romano

PAPA BENEDICTO

DISCURSO

Viernes, 11 de abril de 2025

_____________________________________

Queridos hermanos y hermanas:

En este lugar donde hablaron con elocuencia el silencio, la sangre y la fidelidad de los mártires, acabamos de recorrer el camino santo de la Cruz, siguiendo los pasos de Jesús, nuestro Señor y Salvador. Aquí, donde antes reinaba la crueldad del poder humano, hoy resplandece la esperanza que no defrauda, la que nace del amor extremo del Hijo de Dios.

“Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).

Esta noche hemos contemplado al Señor en su dolor, lo hemos acompañado con el corazón abierto, dejándonos tocar por cada caída, por cada herida, por cada mirada suya. En su Cruz no vemos sólo un madero ni una condena: vemos la cátedra desde la cual el Maestro nos enseña el amor que no conoce medida. Vemos la puerta estrecha por la que entra la vida verdadera. Vemos al Dios que nos ama hasta el final.

Este camino de la Cruz es también el camino de la Iglesia.

Ella, como cuerpo vivo de Cristo, camina con Él hacia el Calvario. No camina triunfal, sino humilde. No camina entre aplausos, sino entre lágrimas. Pero lo hace con la certeza de que en la Cruz está la victoria del amor, la raíz de la esperanza, la fuente de la vida. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, la Iglesia es “el sacramento universal de salvación” (Lumen Gentium, 48). Es decir, es el signo visible del amor de Dios que abraza a toda la humanidad, incluso cuando esa humanidad está herida, quebrada, crucificada.

Hoy, en este lugar donde tantos cristianos dieron su vida por Cristo, la Iglesia recuerda quién es: no una institución poderosa del mundo, sino una comunidad de discípulos que siguen al Maestro cargando cada día su cruz. La Iglesia es madre cuando acompaña; es servidora cuando se arrodilla ante el dolor humano; es profeta cuando no calla frente a la injusticia. Es fiel cuando, como María, permanece firme junto a la Cruz.

La Cruz es escuela de amor.

Jesús no nos salvó desde lo alto de un trono, sino desde lo alto de la Cruz. Y en ella nos enseñó lo que significa amar de verdad: dar la vida por los demás (cf. Jn 15,13). Cada herida suya nos habla. Cada golpe que recibió nos interpela. Cada gota de su sangre nos redime. La Pasión de Cristo no es un recuerdo lejano: es la vida que se nos entrega hoy, aquí, ahora.

Por eso, esta noche les digo: no tengamos miedo de la Cruz.

No tengamos miedo del sufrimiento ofrecido con amor. No tengamos miedo de vivir una fe valiente, concreta, compasiva. En un mundo que muchas veces prefiere el confort a la entrega, el Señor nos invita a elegir el camino estrecho que lleva a la vida. Porque sólo el amor salva, sólo el perdón sana, sólo la cruz da vida.

Esta noche pienso especialmente en quienes sufren.

Pienso en los pobres, en los migrantes, en las víctimas de guerras, en los niños abandonados, en los ancianos solos, en los enfermos olvidados. Ustedes son los predilectos de Cristo crucificado. Él no los olvida. Él ha llevado sus dolores en su cruz. Él los mira con ternura. Él los acompaña en cada noche, en cada lágrima, en cada silencio.

También pienso en los jóvenes: nosotros, que a veces nos sentimos perdidos, sin rumbo, tentados por una cultura vacía. Jesús nos muestra otro camino: el del amor que se dona, el del servicio, el de la entrega valiente. No tengamos miedo de seguirlo. Él no nos quita nada, sino que nos da todo.

Queridos hermanos, al contemplar la Cruz, contemplemos también la esperanza.

Porque la Cruz no fue el final. El sepulcro no fue la última palabra. Desde el corazón traspasado del Señor brotó la vida nueva, la gracia, la salvación. Hoy la humanidad entera está invitada a mirar a Cristo crucificado y a descubrir en Él la misericordia que no se cansa, el perdón que siempre espera, la vida que renace.

Miremos a María, nuestra Madre, que permaneció firme junto a la Cruz.

Ella nos enseña a confiar cuando todo parece oscuro. Nos enseña a amar en el dolor. Nos enseña a esperar contra toda esperanza. A Ella le encomendamos esta noche al mundo entero, a la Iglesia, a cada familia, a cada corazón herido.

Y ahora, al retirarnos en silencio, bajo el cielo nocturno de esta ciudad eterna, llevemos en el alma la palabra que Jesús pronunció desde lo alto del madero: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

Ahí se consumó el amor. Ahí comenzó nuestra redención. Ahí nació la Iglesia.

Que la Cruz de Cristo sea nuestra fuerza, nuestro camino, nuestra esperanza.

Amén.

 Benedictus Pp

   Pontifex Maximvs