24 julio 2024

Audiencia General - Papa Benedicto


PAPA BENEDICTO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 24 de julio de 2024

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Octava Catequesis sobre la Vocación

Queridos hermanos, ¡buenas tardes!, estamos en la octava catequesis sobre esta serie de la vocación.

Como lo hemos dicho, la vocación no es solo un llamado a la vida religiosa o al sacerdocio; es un llamado universal que cada uno de nosotros recibe de Dios, un llamado a ser parte activa de su plan de salvación. Y para guiarnos en esta reflexión, nos apoyaremos en la rica y profunda lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios, que nos recuerda la grandeza y la belleza de nuestro llamado.

San Pablo nos dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo”. Desde el principio, Dios ha tenido un plan para nosotros, un plan lleno de amor y misericordia. Antes de la fundación del mundo, Él nos eligió, nos llamó a ser santos e inmaculados en su presencia. Esto nos recuerda que nuestra vocación es un regalo, una elección divina que trasciende nuestras limitaciones humanas. Cada uno de nosotros ha sido creado con un propósito, y esa es la esencia de nuestra vocación: ser reflejos de su amor en el mundo.

La vocación comienza en el amor, el amor de Dios por nosotros. San Pablo nos dice que somos elegidos para ser hijos adoptivos por medio de Jesucristo. ¡Qué maravilla! No somos simplemente criaturas de Dios; somos sus hijos e hijas. Este llamado a la filiación divina implica una relación profunda y personal con nuestro Creador. Al entender nuestra identidad como hijos de Dios, comenzamos a descubrir la vocación que Él ha puesto en nuestros corazones.

Pero, ¿qué significa vivir nuestra vocación? Pablo nos habla de la redención que tenemos en Cristo, el perdón de nuestros delitos, y la riqueza de su gracia. Vivir nuestra vocación implica reconocer que, a pesar de nuestras faltas y errores, Dios nos ofrece constantemente su amor y su perdón. Nos llama a ser testigos de su gracia en el mundo. No se trata solo de cumplir con un deber, sino de vivir en una relación personal con Cristo que nos transforma y nos impulsa a compartir ese amor con los demás.

El apóstol nos recuerda que en Cristo tenemos una herencia. Cada uno de nosotros está llamado a ser parte de la historia de salvación, a realizar nuestro papel en el gran diseño de Dios. Esto significa que nuestra vida tiene un significado, un valor incomparable. Al vivir nuestra vocación, nos convertimos en instrumentos de su paz y su amor en el mundo. La vocación no es solo para unos pocos elegidos; es un llamado para todos, independientemente de nuestra edad, estado de vida o circunstancias. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en el Cuerpo de Cristo.

San Pablo nos dice que, tras haber oído la Palabra de la verdad, fuimos sellados con el Espíritu Santo de la Promesa. Este es un aspecto crucial de nuestra vocación: el don del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos guía, nos fortalece y nos da la sabiduría necesaria para discernir cómo vivir nuestra vocación. Nos invita a abrir nuestro corazón a sus inspiraciones y a estar atentos a las oportunidades que se nos presentan para servir y amar. 

La vocación no es un evento aislado, sino un camino que se despliega día a día, y es en las pequeñas decisiones diarias donde se manifiesta nuestro compromiso con Dios y con el prójimo.

*La Vocación en la Cotidianidad*

Cada uno de nosotros está llamado a vivir su vocación en el contexto único de su vida. Ya sea en la familia, en el trabajo, en la comunidad o en cualquier otro ámbito, Dios nos invita a ser testigos de su amor y su verdad. La vocación se vive en las relaciones que cultivamos, en la forma en que tratamos a los demás y en cómo respondemos a las necesidades que nos rodean.

Por ejemplo, en el hogar, ser un buen padre, madre, hijo o hija es una expresión de nuestra vocación. En el trabajo, ser un empleado honesto y dedicado, un jefe justo o un compañero solidario son maneras concretas de vivir nuestra fe. Cada acto de amor, cada gesto de bondad y cada palabra de aliento son respuestas a este llamado que Dios nos hace. La vocación no se limita a lo que hacemos, sino que se trata de quiénes somos y cómo vivimos.

*Disernimiento y Oración*

Un aspecto esencial de vivir nuestra vocación es el discernimiento. San Pablo nos recuerda que hemos sido sellados con el Espíritu Santo, quien nos guía y nos da la claridad necesaria para tomar decisiones que estén alineadas con la voluntad de Dios. Es fundamental dedicar tiempo a la oración, a la meditación y a la reflexión. A través de estos momentos de conexión con Dios, podemos escuchar su voz y comprender mejor nuestro camino.

La oración no solo nos ayuda a fortalecer nuestra relación con Dios, sino que también nos permite abrirnos a la sabiduría que viene de Él. En la oración, podemos presentar nuestras dudas, nuestros anhelos y nuestras inquietudes. A veces, puede que sintamos que nuestra vocación es confusa o incierta. En esos momentos, es crucial recordar que Dios tiene un plan, y que nuestra tarea es confiar en que Él nos guiará en el camino correcto.

*La Comunidad como Soporte*

Además, no debemos olvidar la importancia de la comunidad en la búsqueda de nuestra vocación. La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, es un lugar donde podemos encontrar apoyo, inspiración y dirección. Compartir nuestras experiencias con otros, escuchar sus historias y recibir orientación de aquellos que han caminado antes que nosotros, enriquece nuestra propia comprensión de la vocación.

Es en la comunidad donde podemos descubrir y desarrollar nuestros dones y talentos. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar, y al trabajar juntos, podemos construir un mundo más justo y amoroso. La vocación no es un viaje solitario; es una travesía en la que nos acompañamos mutuamente, apoyándonos en el amor de Cristo.

*El Servicio como Expresión de Vocación*

Finalmente, es crucial recordar que la vocación se manifiesta en el servicio. Jesús nos enseñó que el verdadero liderazgo se encuentra en la capacidad de servir a los demás. Como discípulos de Cristo, estamos llamados a vivir una vida de servicio y entrega. Esto puede tomar muchas formas: desde el voluntariado en nuestra comunidad, hasta el apoyo a quienes sufren o están en necesidad.

Cuando servimos a los demás, estamos actuando como verdaderos hijos de Dios, reflejando su amor y su compasión. Cada acto de servicio, por pequeño que sea, es una respuesta a nuestra vocación y una oportunidad para hacer visible el Reino de Dios en la tierra.

En conclusión, al mirar la lectura de San Pablo, comprendemos que cada uno de nosotros ha sido llamado a ser parte del plan de salvación. Se nos ha otorgado la dignidad de ser hijos e hijas de Dios, y se nos ha encomendado la tarea de vivir y difundir su amor en el mundo. Abramos nuestros corazones a este llamado, confiando en que Él nos equipará con todo lo necesario para cumplir nuestra misión. Que, al vivir nuestra vocación, seamos siempre alabanza de su gloria, reflejando su luz y su amor en cada rincón de nuestras vidas.

Amén.

 Benedictus Pp
Pontifex Maximvs